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Crítica: "'Capitán Phillips', un drama estresante en el mar digno de recordar", por Daniel Soriano

Para entender las siguientes palabras, habría que contextualizarlas primero. Hay que rebuscar en la agenda, más precisamente en abril de 2009. El buque portacontenedores estadounidense Maersk Alabama fue abordado por cuatro piratas somalíes que tomaron como rehén a su capitán, el ex-taxista de Boston Richard Phillips. La crisis se desarrolló durante cinco días y la película recrea aquellos fatídicos episodios para la tripulación americana al pie de la letra. En primer lugar, mi reverencia a un superlativo Paul Greengrass, eternamente fiel a su especial estilo en el que obliga al espectador a abrir bien los ojos cual perplejo bebé abriendo sus regalos, a merced de su facilidad para transformar los sucesos reales en la gran pantalla.


A medida que transcurre la trama, uno se para a apreciar que, dentro del tan manido género de los thrillers de secuestros, Capitán Phillips aporta un soplo de aire esperanzador y fresco con el respaldo de los efectos del océano, que tanta epicidad y respeto inculcan al espectador, y no sería descabellado hipotetizar acerca de su presencia en un futuro ranking de 'clásicos cinematográficos' del siglo XXI. La cinematografía, la edición, el guion… todos los factores están perfectamente ordenados para definir el ejemplo de lucha que propaga el capitán. A esta retahíla de aciertos se le suma el estrés que propicia el archiconocido Tom Hanks, constantemente bajo la tortura de los piratas somalíes, infligiendo 'dolor' al espectador.


Los somalíes ejercen indudablemente de antagonistas, pero consiguen tan condenadamente bien hacer vibrar nuestras emociones que consiguen embarcarnos en un debate acerca de si son verdaderamente asesinos o como ellos mismos se denominaron, 'pescadores'. El bondadoso fondo del personaje de Phillips provoca que su visión hacia los saqueadores -en especial al menor de edad, Bilal- sea más bien amarga por el futuro que les depara y así haga verlo cuando trata de salvarle la vida al joven saqueador somalí. Un auténtico cóctel de emociones que ve mermada su calificación por los 'tediosos' momentos concluyentes en los que la angustia sumerge al espectador, y le impone una dinámica calmosa en los instantes dulce de paz antes de la tormenta final.