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Crítica: "Amsterdam", por Javier Collantes

La composición sobre un título de una película y el nombre de una ciudad, famosa, cinematográfica, nos traslada a sueños, historias, evocaciones, ecuaciones de vida... con los componentes diversos de un trazado en los vértices de un film. Cuando llegas a una sala de cine y ves la palabra bajo un cartel, Amsterdam, ¿qué crees que verás? La imaginación del espectador, incluso sabiendo su argumento, queda en un después, los trazos de una historia que nos conduce a un lugar, un punto. Amsterdam, película dirigida por David O. Russell, es algo más que una ciudad, un entramado basado en hechos reales que, bajo el punto de cámara del cineasta, adquiere, en principio, los tonos de comedia negra, distinta y a su vez especial, cuyos contenidos son una epopeya romántica, con ingredientes de ficción y realidad.


Dirigida con pulso aceptable, el film, por instantes, se queda en su plasticidad, un poco empastada y, a veces, un tanto extraña en su manera bifocal de narrar los acontecimientos en dos continentes (Europa y América), un argumento, a priori, atractivo. Tres amigos -una enfermera, un médico y un abogado- son sospechosos de un asesinato en los años 30, un asesinato que conmociona y revoluciona a Norteamérica, una de las trampas más importantes, seres humanos, veteranos de la Primera Guerra Mundial, un complot preparado para derrocar al presidente Roosevelt y una conspiración para instaurar el nazismo. Detrás, la acusación de unas personas utilizadas como cabeza de turco. Así, a través de 15 años, el pulso secuencial nos deja un sabor descontrolado, atropellado, carente de profundidad.


Una banda sonora que está, pero no se siente; una fotografía aceptable, un diseño de producción pasable... sus mejores momentos son algunos diálogos, cierto suspense con humor y los excelentes registros interpretativos de Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Robert De Niro... que sí consiguen autenticidad. Sin embargo, su montaje cinematográfico pretende ser un Wes Anderson sin conseguir su cromatismo, ni tampoco alcanza la hilaridad de sus personajes. Amsterdam es una película irregular, a veces ampulosa, destacando algunos diálogos sorprendentes en un relato demasiado lineal de tramas teatrales y un suspense de investigación al que, con grueso humor sin más, cuesta avanzar para no terminar de llegar, únicamente sí es una curiosa historia de amor y amistad.