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Crítica: "Girasoles silvestres", por Paco España

El cine de Jaime Rosales es ciertamente peculiar, tiene una estética de documental sin serlo y parece que sus actores y actrices trabajan la improvisación sin hacerlo. Su aparición en la escena cinematográfica con Las horas del día fue espectacular y con secuencias difíciles de olvidar, como los fríos crímenes del personaje interpretado con Alex Brendemühl. También su visión del terrorismo en La soledad fue un éxito, ganando en 2007 los Goyas a Mejor Película y Director, con el recurso estilístico de la pantalla partida en casi todo el metraje, aunque, precisamente, esos recursos estilísticos pueden resultar irritantes, como fue en el caso de Tiro en la cabeza, segunda incursión en el terrorismo. Su película más redonda hasta el momento, incluida la que es objeto de estas líneas, es Petra, con Bárbara Lennie y Marisa Paredes.


Girasoles silvestres nos cuenta las relaciones sentimentales de Julia -una impecable Anna Castillo que está magnífica-, una mujer joven que, a los 22 años, ya es madre de dos hijos y siempre elige parejas equivocadas, al menos las tres que vemos durante la película, especialmente el primero de ellos, interpretado por el estupendo actor catalán Oriol Pla -protagonista de la excelente serie dirigida por Mariano Barroso El día de mañana- y que, en esta película, no me convence interpretando a un tatuado y descerebrado que poco parece tener en común con el personaje de Anna Castillo. Pero la vida real también tiene estas cosas: ¿Cuántas veces hemos dicho cómo es posible que esas dos personas estén juntas? Y lo están. Las otras dos parejas de Julia son el padre de sus dos primeros hijos, que trabaja de militar en Melilla y con el que tiene que volver tras la agresión de su anterior pareja; y un antiguo compañero de estudios cuyo nivel de compromiso hacia la relación es demasiado escaso.


Lo cierto es que Julia va dando tumbos de uno a otro y entregándose en cada una de sus relaciones, pero no se ve correspondida, lo que le provoca una ansiedad y una insatisfacción permanente. En una secuencia de la película vemos la tremenda angustia que sufren ella y el padre de sus hijos cuando la niña de más corta edad desaparece por las calles de Melilla, que se resuelve con una elipsis en la que la niña está de nuevo en casa y los espectadores no sabemos cómo ha vuelto ni cómo la han encontrado, cuando, siendo un momento tan importante, tendría que ser digno de ser visto. Girasoles silvestres no me ha convencido y, exceptuando el trabajo de Anna Castillo, me parece una película con pocas virtudes que destacar.