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Crítica: "El sastre de la mafia", por Javier Collantes

Como un género más en el contexto cinematográfico, las películas sobre la mafia han correspondido al espectador con verdaderas y auténticas obras de arte, composiciones narrativas en su máximo grado, medianas, modestas, comedias, intimistas... que consiguen sus propósitos de calidad y entretenimiento, 'dados' fílmicos cuya partida está ganada. Un ejemplo muy correcto es El sastre de la mafia, debut del director Graham Moore tan acertado y eficaz como sobrio en una puesta en escena y espacio único, sencillez que nos entrega un relato con tonos teatrales y su fusión con el cine. A modo de thriller, cine negro y suspense directo, el resultado es estiloso y elegante.


A mediados de los años 50, y después de un problema personal, un sastre inglés terminará viviendo en Chicago y trabajando en una pequeña sastrería en una zona conflictiva de la ciudad. Ahí prepara ropa elegante para los clientes que pueden pagarla, también dentro del círculo del crimen. Una familia de mafiosos se aprovechará de la personalidad del sastre y su asistenta, que se verán implicados en un asunto muy peligroso. Tensión, emoción, sobriedad... en una tienda con un buzón clandestino y encuentros con un sastre con flema británica que, en silencio, ve cómo pasan 'cosas' y llega el peligro.


A una dirección sencilla que denota pulso en la escritura, Moore suma economía de medios artísticos, unas notables banda sonora de Alexandre Desplat e iluminación-fotografía de Dick Pope, todo para firmar un tratado narrativo conciso, con clase e interesante en planos y diálogos. Los intérpretes, además, aportan veracidad, sobresaliente Mark Rylance y un 'tour de force' en cada aparición el resto del elenco, especialmente Zoey Deutch. El sastre de la mafia entrega un traje a medida fílmico, equilibrio, detalles y giros en las tramas que son el sentido del cine sin estridencias, un excelente film dentro de las 'marcas' de un escenario especial, con sorpresas y confesiones.