La fusión del teatro en el cine obtiene como resultado la unión de dos lenguajes, dos escenarios narrativos fusionados en la palabra y la imagen, una manera de fusionar dos artes diferentes pero tratados desde la posición de cámara a partir de los cuatro vértices de teatralizar un texto que recoge intensidad en cada paso, en cada tramo, en ver, oír y sentir las secuencias de una obra de teatro en la sala de cine. A este caso corresponde el film que nos ocupa, Adiós, señor Haffmann, una obra de teatro homónima de Jean Philippe Daguerre que, en sus traslado a la pantalla grande por parte del director Fred Cavayé, nos ofrece un relato desde la sobriedad del drama y el control en su intensidad.
Con un tono pausado, buen pulso y bien rodado, Adiós, señor Haffmann describe una historia de los años 40, un thriller oscuro que se desarrolla a modo de cuento moral, puro teatro en una película que cuida los detalles, un relato interesante protagonizado por un hombre sencillo, el señor Mercier, que sólo desea formar una familia con la mujer que ama, Blanche. El es empleado de un joyero muy reconocido, el señor Haffmann, pero, debido a las circunstancias de la ocupación alemana, tendrá que mantener un acuerdo con unas consecuencias para los tres que cambiará el destino de sus vidas.
En un mismo escenario casi único, y salvo contadas secuencias fuera de un sótano, la película retrata conceptos y comportamientos como la avaricia y situaciones como el colaboracionismo o el exilio, los judíos y el devenir de los acontecimientos en una Francia ocupada, el debate sobre la familia y la supervivencia... circunstancias todas ellas reflejadas en las miradas y las acciones de sus personajes. Adiós, señor Haffmann, que suma una notable banda sonora y una fotografía adecuada para la época de la historia, así como excelentes interpretaciones de Daniel Auteuil, Gilles Lellouche, y Sara Giraudeau, es una notable película de corte clásico, un guion magnífico, un film de matices y emociones.