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Crítica: "El páramo", por Paco España

Una familia compuesta por tres miembros, los padres -Inma Cuesta (Arde Madrid) y Roberto Álamo (Josefina)- y su hijo de corta edad -Asier Flores (Érase una vez en Euskadi)-, vive, en un tiempo indeterminado y en una casa solitaria, alejada de todo rastro de civilización, cuya causa no sabemos ni sabremos. Circundando el terreno de la casa hay un cinturón de tenebrosos postes que no deben ser sobrepasados porque al lado se encuentran los terrenos del mal. Con este planteamiento es fácil emparentar con El bosque, de M. Night Shyamalan, pero las similitudes terminan ahí. La breve aparición de un cuarto personaje hace que el padre se vaya de la casa dejando al niño y su madre en soledad en ella.


En este momento comienza la segunda parte muy diferenciada de la película en la que los dos personajes de la casa tienen que enfrentarse a un mal invisible que no se sabe donde está exactamente, si dentro o fuera de la casa. La atmósfera de desasosiego que crea la película es muy intensa, pero lo hace utilizando recursos visuales, rayos de luz constantes, de una tormenta permanente, que genera sombras en todos los rincones imaginables, además de los aspectos sonoros apoyados en los truenos de la misma tormenta. Da la impresión de que los efectos visuales y sonoros de la película tienen mucha mas importancia para sus responsables que la historia, que apenas existe, y que el trabajo de sus intérpretes, que están intensamente desaprovechados, especialmente los adultos, de los que no se aprovecha todo lo que podrían haber aportado. Sí es destacable el partido que se le saca al niño actor, Asier Flores, que lleva sobre sus hombros gran parte de la acción y la tensión, y además lo hace con mucha solvencia.


El páramo, incluido recientemente en el catálogo de Netflix, es un intento, fallido parcialmente, de recrear un escenario fantástico relacionado con los entresijos de la mente que se asoman a la locura. La desproporción que aplica su director, el debutante David Casademunt, al aspecto visual, mucho más relevante, que los aspectos interpretativo y argumental, en el que se deja algún cabo suelto -como la desaparición del padre, que no termina de clarificarse-, hacen de la película una propuesta desequilibrada. La casa y sus exteriores se pueden considerar un personaje más, en una ubicación desconocida y familiar al mismo tiempo que no se puede determinar hasta que los créditos lo hacen en las tierras aragonesas de Teruel, que ponen de manifiesto que realmente existen.