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Crítica: "El callejón de las almas perdidas", por Javier Collantes

En modo recurrente, el cine amplia, de nuevo, la fórmula de realizar versiones de títulos clásicos, una especie de 'norma' para realizar películas que, en muchos momentos, no necesitan de nuevas perspectivas fílmicas. Sí, a veces, el remake se ajusta al respeto de su película original. Ahora, Guillermo del Toro dirige una versión del clásico de 1947 que, con el mismo título, dirigió Edmund Goulding e interpretaron, entre otros, Tyrone Power y Joan Blondell, una película de culto, cine negro por excelencia, intriga y drama a la antigua usanza. En esta ocasión, Guillermo del Toro introduce, en algunas secuencias, algunas escenas distintas a aquella otra cinta.


Su película número 11, después de innumerables éxitos en su filmografía, su universo de fantasía, cuentos de terror, horror, monstruos, su cine destila fábulas en cada film, alabado por crítica y público, y, esta vez, nos conduce a una historia del llamado sueño americano, el relato de un buscavidas que se une a una pitonisa de una atracción de feria para, posteriormente, estafar al público en grandes salas de fiesta y llegar a embaucar a millonarios. Esta adaptación de la novela de William Lidsay Gresham, de 1946, lleva este drama psicológico a la pantalla y nos presenta personajes inadaptados, la avaricia. Esta vez, su tratado de film noir, con los contenidos del alma humana, su dosis de fábula moral, del punto de cámara de Guillermo del Toro nos ofrece una historia de finales de los años 30 en la que, con su imaginario de personajes, por momentos grotescos, su exceso de metraje condiciona y pesa en la visión general del film.


Con una puesta en escena y diseño de producción notables, una fotografía de nivel, banda sonora presentable pero carente de emoción... Este callejón está dirigido con acierto, sin más, y su mejor condición radica en las interpretaciones de Rooney Mara y Cate Blanchett, con aceptables papeles de Willem Dafoe, Ron Perlman, Richard Jenkis... no así de las débiles de Bradley Cooper y Tony Colette, que no se ajustan en sus apariciones, bastante fuera de lugar y de campo fílmico. El callejón de las almas perdidas es muy inferior al clásico, le falta fuerza, empaque y luz, sus tramas son irregulares y resulta una película grandilocuente, plúmbea, impostada y efectista.