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Crítica: "Sin tiempo para morir", por Jesús Caro

Todo ciclo tiene su final... y el de Daniel Craig encarnando a James Bond culmina con esta cinta cuya duración ronda los 160 minutos aproximadamente, una gran aventura repleta de espectaculares escenas de acción en la que tiene cabida no solo el característico esquema básico en que se basa esta película y sus antecesoras, detener los malvados planes de un villano que amenaza al mundo, sino de mostrar el lado humano y dramático del protagonista y, por extensión, de su interés amoroso, una estupenda Léa Seydoux que pone del revés el aparente y feliz retiro del mundo del espionaje de James Bond.


En su primera hora de duración, su director y guionista, Cary Joji Fukunaga, nos muestra un prólogo (o dos, según se mire) realmente largo que sirve para presentarnos un misterio por resolver, con alguna que otra sorpresa de lo más eficaz (desconocer lo máximo posible sobre el argumento detallado de la película es un acierto), una muy cuidada puesta en escena y sin perder en ningún momento la esencia emocional de la historia. Porque lo que más caracteriza a la representación del personaje de Bond por parte de Craig es lo sufridor que es, algo ya visto, que pese a resultar duro (muy duro) oculta en su interior una lucha constante contra sus demonios personales. Aunque también hay tiempo para las escenas de acción y humor más entretenidas, mención especial a la aparición de Ana de Armas, una de las gratas sorpresas que aparecen en pantalla, y a los actores Ralph Fiennes, Naomie Harris y Ben Whishaw, cuyos personajes tienen mayor peso en la trama.


Sin tiempo para morir es un film de larga duración cuya primera mitad parece hacerse muy corta, respeta la mitología básica del personaje añadiendo ciertas novedades y consigue bromear en varios momentos de su condición: un personaje clásico inmerso en tiempos modernos de constante cambio en los que la presencia y representación femenina toman más protagonismo y relevancia pero que en esencia, el fondo de la historia y la manera de hacer frente a la amenaza a la que debe enfrentarse hace ver que nada ha cambiado de manera radical. Un cierre de ciclo que, tanto para fans acérrimos de la saga como a los demás, no les va a dejar indiferentes y que abre un importante abanico de posibilidades de cara al futuro. El mañana nunca muere.