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Crítica: "El club del paro", por Paco España

David Marqués fue el responsable, junto con Álvaro Fernández Armero, de esa serie que nos sacó una sonrisa en los momentos más difíciles del confinamiento, Diarios de cuarentena, además de dirigir varios largometrajes sin mucha relevancia como Dioses y perros, Desechos o En fuera de juego. En El club del paro nos cuenta las conversaciones de Bar de cuatro hombres maduros en paro, bueno realmente tres, porque entre ellos hay uno (Adriá Collado) con un Trastorno del Espectro Autista o Síndrome de Asperger que demuestra tener una inteligencia muy superior a los otros tres, interpretados por Carlos Areces, Fernando Tejero y Eric Francés.


Los cuatro personajes se pasan la mayor parte del metraje alrededor de una mesa en un Bar, contando sus historias, en muchas ocasiones surrealistas y carentes de sentido, buscando la hilaridad con un truco muy viejo en la escritura de guiones que consiste que un personaje dice dos frases subordinadas, un segundo personajes le hace una pregunta sobre una de ellas, generalmente la mas importante y el primero le contesta sobre la segunda frase, que suele ser muy banal y esto se repite en varias ocasiones con la intención de hacer gracia. Una de las pocas veces que la cámara se permite salir del Bar es para recrear la sospecha de la materia prima cárnica que se le atribuye a los restaurantes chinos y que ya era anticuada cuando lo trató Torrente en su primera entrega.


Aparte de esto, la película se articula como si un programa estuviera grabando a los protagonistas que se van alternando en el exterior hablando a una hipotética cámara, mientras de fondo aparecen los otros tres personajes en la mesa en la que tiene lugar la mayor parte de la acción, algo carente de cualquier explicación lógica. Los actores hacen lo posible por defender a unos personajes poseedores de un inmovilismo absoluto, ya que su progresión dramática es nula de principio a fin de la película. Se agradecen las breves intervenciones de Antonio Resines, Marta Hazas, Javier Botet, Veky Velilla o Carmen Ruiz para desencasquillar mínimamente la trama.


Los creadores de esta historia han pensado que las peripecias de estos personajes podrían ser interesantes para recrearlos en una película, pero me han parecido muy poco interesantes y tan inverosímiles como el músico callejero que vemos en los títulos de crédito y al que, todo el mundo que pasa, absolutamente todo, le echa dinero en la funda de su guitarra, algo mas propio de la ciencia ficción que de una película pretendidamente social como parece aspirar a ser (sin éxito) El club del paro.