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Crítica: "Tom y Jerry", por Jesús Caro

Los famosos personajes de la factoría Hanna-Barbera dan el salto a la gran pantalla otra vez -no hay que olvidar Tom Y Jerry: La película, de 1992-, esta vez en un largometraje que mezcla imagen real y animación -en la misma línea de films como Space Jam (1996), ¿Quién Engañó A Roger Rabbit? (1988) o La bruja novata (1971)-, tratando de captar la esencia de los cortometrajes y series de las que provienen.


El escenario en el que se desarrolla la aventura del gato Tom en su intento de atrapar al ratón Jerry es un hotel de lujo en Nueva York, dónde se prepara una importante boda y por el que deambulan un curioso y pintoresco abanico de personajes 'humanos' menos divertidos de lo esperado. Pese a claras excepciones como la de su protagonista Chloë Grace Moretz, que aguanta el tipo de su personaje imprimiéndole la comicidad necesaria, es la parte de imagen real donde la película cojea más puesto que hay personajes y situaciones poco o nada divertidas (en especial las de un sobreactuado Michael Peña, un neurótico chef encarnado por Ken Jeong o Colin Jost como un muy insípido novio) en contraposición a las piezas protagonizadas por el gato y el ratón que, con menos presencia de lo esperado en el largometraje resultan bastante amenas y disfrutables.


El guión en el que se sustenta Tom y Jerry para justificar sus más de 90 minutos es endeble y, en muchos aspectos, demasiado tópico. Le faltan gags cómicos eficaces para que su resultado final sea más satisfactorio. Aún así, los verdaderos protagonistas, los animados, salvan del desastre la función, un entretenimiento más propio para niños que para los que quieran volver a disfrutar de los personajes de su juventud.