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Crítica: "Mamá María", por Javier Collantes

La comedia junto al drama son puntas de lanza que desde una buena exposición suponen un punto casi culminante en los lenguajes cinematográficos, teatrales, literarios... una de las esencias en diversificar palabras y gestos. Mamá María proyecta, de manera extraña, estos postulados. Basada en la novela de Hannelore Cayre (La madrina), esta adaptación al cine logra una sensación desigual y a su vez magnética en su entramado final. Dirigida por Jean-Paul Salomé, su estilo de mostrar una historia que engancha al espectador, incluso con ciertos baches, empaca un film interesante, a veces divertido, con la dosis dramática necesaria.


Mamá María nos relata la vida de Patience Portefeux, traductora para la brigada de estupefacientes de París especializada en escuchas telefónicas del árabe al francés. Un trabajo precario, mal pagado, una vida que se desarrolla entre sus hijas, un perro, su madre y sus circunstancias. Un día, para hacer un favor al problemático hijo de una amiga, acabará involucrada en un asunto de drogas fallido, encontrándose con un cargamento de droga en su posesión. Patience, una doble vida, y se convierte en negociadora de trapicheos de drogas al por mayor. Sobre raíces galas, ofuscación y decepción de una mujer que desea un cambio en su vida.


Con pequeñas tramas que funcionan por instantes y en otros decaen, el trazo general es el de una película eficiente y la gran baza recae en la extraordinaria Isabelle Huppert, ella es la película y en sus diferentes dimensiones nos conduce a diversos temas sociales e individuales, personales y laborales, entre la legalidad y la (in)justicia, con márgenes para secuencias hilarantes y cierta seriedad en la tristeza del personaje principal. Mamá María nos seduce en su puesta en escena interior, una película que gusta incluso desde el desequilibrio torcido por su condición de audaz desde el supuesto policíaco hasta la reflexión de las miradas.