Reconociendo que no me entusiasman muchas películas de superhéroes, sí, de vez en cuando, me encuentro con títulos de este tipo que me resultan sorprendentes. En el año 2017, Wonder Woman, la superheroína de DC creada por William Moulton, me acercó a una nueva dimensión de este universo cinematográfico. De esta continuación, desde el punto de vista fílmico, me interesaba el reflejo de la ilustración a la pantalla grande: nueva aventura, nueva puesta en escena, nueva escenografía.
Wonder Woman 1984 nos sitúa en ese año del siglo XX, con un futuro incierto, en el que Diana Prince echa de menos a su compañero del pasado. Ahora, la Princesa de Themyscira comenzará una amistad con Babara Ann Minerva, una arqueóloga que, a su vez, entabla una relación con una especie de megalómano que colecciona piezas antiguas hasta hurtar una que le otorgará el poder más absoluto... lo que, además, hará que, de forma inesperada, vuelva a la vida Steve Trevor, su verdadero amor.
Ahora Diana y Steve deberán luchar juntos frente a la autoestima alfa de Cheetah y al alma en venta de Max Lord, una nueva batalla entre el bien y el mal, entre lo mesiánico y el humanismo existencialista, el poder transformador del deseo como pieza fundamental en el inicio del ocaso de cualquier civilización. Con dicho argumento, Wonder Woman 1984, desde un prisma comercial, es extraordinaria, una película espectacular con una excelente dirección y un relato sobresaliente.
Wonder Woman 1984 se proyecta con una estética propia de la época a la que alude, un ritmo narrativo excepcional y una genialidad de banda sonora por parte del compositor Hans Zimmer. Gadot, Wiig, Pascal, Pine... notables registros para una película muy parecida, por momentos, a Superman, salvador/salvadora en este caso de la humanidad, intenso látigo para alzar el vuelo, un film grandioso y entretenido, blockbuster de los 80 que, por fin, trata al espectador con respeto.