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Crítica: "El padre", por Javier Collantes

El cine como complemento de la vida es, con muchos kilómetros y a modo de preámbulo, reflejo y retrato del paso del tiempo, el deterioro de la vida, el desgaste físico, las enfermedades mentales... el devenir del ser humano en palabras, gestos, sensaciones, sentimientos... una ley de la compensación que el arte cinematográfico ensalza a través de El padre, verdadera lección narrativa, por momentos majestuosa, dirigida de manera sorprendente y con gran acierto por Florian Zeller.


El padre es un film difícil, intenso. Anthony es un octogenario que ha decidido vivir por su cuenta y rechaza a cada cuidadora que su hija Anne, desesperada porque no puede visitarle a diario y ve como la memoria de su progenitor empieza a fallar, contrata para que le ayuden en su casa. En sus vacíos memorísticos, el padre confunde e imagina cosas, entre ellas que le quieren dejar sin su piso precisamente, con lo que comienza una terrible batalla interior contra todos, contra su hija.


En su adaptación al cine desde su origen como pieza teatral, El padre resulta una dramática e impresionante descripción sobre la enfermedad y la vejez, un relato sutil sobre la demencia senil y el Alzheimer cuya puesta en escena proyecta un film exquisito y conmovedor, una película que profundiza en aspectos interiores y en la que cada plano y diálogo, acompañado secuencialmente de una acertada música clásica en su banda sonora, gotea su desarrollo narrativo hasta un final magistral.


Anthony Hopkins ofrece una extraordinaria interpretación, uno de los registros más gloriosos de los últimos años, perfecto con su presencia y miradas, la genialidad de un actor. Junto a él, Olivia Colman emite, en cada instante, una emotividad que traspasa la pantalla. Además, un montaje de alto nivel acaba por convertir a El padre en una obra cinematográfica de grandes valores, desde su mirada de thriller y con cierto humor, una gran verdad, cine de categoría complejo pero arrollador.