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Crítica: "Mank", por Javier Collantes

De nuevo el género cinematográfico denominado biopic vuelve por sus fueros para acercarnos, en pantalla grande pero también doméstica, otros aspectos de personas que, en este caso, dedicaron su vida al propio séptimo arte. De esta manera, en esta ocasión, la plataforma Netflix, dentro de un cambio de política en la distribución y exhibición de parte de su catálogo, proyecta en salas algunos de sus títulos antes de ciertas puestas de largo para sus propios abonados, una imagen de estudio de cine que alarga la esperanza de vida para sus inversiones y, además y de paso, presenta credenciales para reconocimientos y méritos en forma de estatuillas.


Mank, no obstante, no es un biopic al uso. El extraordinario cineasta David Fincher homenajea a aquellos otros tiempos del cine en Estados Unidos. Como suele ser habitual, el director de Perdida, Seven, El curioso caso de Benjamin Button, La red social, El club de la lucha, The Game... nos ofrece un nuevo prisma, desde sus diferentes capacidades, sobre la grandeza de la industria del séptimo arte en el Hollywood clásico, concretamente sobre la vida de Herman Mankiewicz que escribió el guión de la aclamada Ciudadano Kane (1941), un repaso al proceso de rodaje, sus problemas y su destino, todo ello a partir de un texto del propio padre de Fincher antes de fallecer en 2003.


El Hollywood de los años 30 y 40, el glamour a través de productores y estudios, los procesos electorales en Estados Unidos, la depresión económica... Mank propone todo esto y algo más con una estructura de flashbacks para introducir al espectador, a través de secuencias memorables, en diálogos ingeniosos y referencias múltiples, con presencias instantáneas de los hermanos Marx, Greta Garbo, Joan Crawford... Saltos temporales e informaciones en paralelo para proyectar los renglones de una clase de película minoritaria que descansa en las grandes interpretaciones de su reparto, sobre manera de Gary Oldman, extraordinaria Amanda Seyfried y majestuoso Charles Dance.


En su empaquetado final, Mank es un buen film, pero no alcanza la etiqueta de obra maestra, y, en su defecto, incluso resulta pesada su duración y la excesiva carga informativa en base a demasiados datos, de modo que el espectador tiene que estar muy centrado en cada momento para no perder el hilo y desconectar. Mank es una película aceptable, pero, en mi opinión, me quedo con otra producción de Netflix, El juicio de los 7 de Chicago. Las comparaciones son odiosas, pero Mank es una escritura en la que, por segundos, sus renglones se tuercen... aunque, pese a todo, nos permite re-saborear una época gloriosa del séptimo arte, porque el tiempo es el tiempo.