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Crítica: "En busca de Summerland", por Javier Collantes

El melodrama al uso, o sus pequeñas variantes literarias, y su traslado al lenguaje cinematográfico suelen entregar buenos resultados tanto al lector como al espectador, un género que trasmite la percepción de las emociones universales del devenir de un sentir y/o pensamiento de la condición humana, el mundo y sus alrededores. La cineasta Jessica Swale nos ofrece en este film, En busca de Summerland, un melodrama romántico que, aunque convencional en algunos sentidos, el peso específico de su narración, que no se estanca en ningún momento y transita a otros ámbitos menos complacientes, supera a su apariencia, mayor calado de cine clásico.


En busca de Summerland nos traslada a Inglaterra, Segunda Guerra Mundial. Muchos niños son evacuados de ciudades y enviados a pequeños pueblos con familias que temporalmente se hacen cargo de ellos, niños acogidos en una época difícil para todos los habitantes, tiempos complicados... Una escritora solitaria, atormentada por una historia de amor del pasado, acoge a un niño que, con el paso del tiempo, llegará a una maravillosa amistad. Entre los márgenes de un drama romántico, con clase y estilo evitando el folletín y manteniendo el pulso narrativo, una relación lésbica interracial, los tonos del instinto maternal...


Con una sobresaliente fotografía, luminosa y maravillosa, sus localizaciones y paisajes, junto a una gran banda sonora, se traducen en una equilibrada puesta en escena, rodada con elegancia, excelencias de una película notable en todos sus puntos de luz, una perfecta combinación de realidades y ficción para la mezcla entre literatura y cine. En cada primer plano, miradas y gestos, Gemma Arterton realiza un papel Extraordinario y es la esencia de En busca de Summerland, un film magnífico en el tempo, como los de antes, una película que llega al espectador por el camino del romance y el recuerdo hacia el paisaje interior.