La primera compra que hice en una librería al acabar el confinamiento fue este libro. Al tenerlo en la mano, con su tapa negra en la que destacan en blanco las palabras del título (A propósito de nada. Autobiografía. Woddy Allen) con la habitual tipografía Windsor de los créditos de sus películas, piensas: ¡¡Vaya mamotreto!! Al abrir el libro se comprueba su abigarramiento. No hay separaciones por capítulos, solamente, en muy escasas ocasiones, hay una separación lineal triple que hace las veces de 'punto y a parte' pero que, en realidad, sigue por la misma senda narrativa por la que discurría antes de la citada separación. En ese momento también se puede comprobar que el director neoyorquino no ha optado por la brevedad a juzgar por las 439 páginas, sin santos, como se decía antiguamente para referirse a fotos o dibujos que hicieran más entretenida la lectura. Tapas negras, solamente en la contraportada encontramos una nota de color, muy poco ciertamente, ya que se trata de una fotografía en blanco y negro del escritor, acomodado en un sofá, y realizada por una de la personas más relevantes de su vida artística y personal, la actriz Diane Keaton.
Al comenzar a leer piensas: 'Ojalá sea lo suficientemente interesante como para que la cabeza no empiece a viajar de manera independiente por los mundos de Yuppi'. ¿Nunca se ha sorprendido leyendo mecánicamente un texto, mientras la mente se encuentra totalmente alejada del contenido de ese texto? Seguro que sí. Pues ese es el mejor momento para abandonar esa lectura y dejar que la mente campe a sus anchas libre de ataduras. Esa era mi mayor preocupación cuando comencé la lectura y leí la dedicatoria 'Para Soon-Yi. La mejor. La tenía comiendo de mi mano y de pronto noté que me faltaba el brazo'. Bueno, veinte palabras y la primera carcajada. No se puede decir que es un mal comienzo. Al continuar con la lectura, enseguida noté la familiaridad de la literatura y las expresiones de Allen, o. por ser más exactos, de la traducción al castellano de su literatura y sus expresiones, lo mismo que en mi mente, que se mantenía sujeta a sus frases, se oían dos voces y ninguna era la de su autor, aunque estoy familiarizado con ella al ver habitualmente sus películas en versión original, sino las de Miguel Ángel Valdivieso, por cierto naonato o nacido en un barco, su doblador habitual hasta que falleció en 1988, y la de Joan Pera, la persona que le pone voz en castellano, siendo catalán, desde entonces.
Cuando Allen habla de sus primeros recuerdos de niñez, enseguida aparecen las primeras imágenes de Toma el dinero y corre o Días de radio, películas en las que describía a su familia y, de manera muy especial, a sus progenitores, a los que no pone como ejemplo de conducta aunque nunca les reprocha ausencia o escasez de cariño hacia él. Su adolescencia, juventud y primeros escarceos amorosos y actividades profesionales están plagados de personas desconocidas, pero la forma de narrar las acciones y describir a los diferentes personajes hacen que la lectura resulte chispeante, aderezada siempre por alguna de esas ocurrencia, de banal trascendencia, tan presentes en su cine, que resultan tan ingeniosas como divertidas. De esta guisa va repasando un gran número de sus actividades profesionales, de sus guiones y películas, de los actores, actrices, productores, fotógrafos y demás profesionales con los que ha compartido momentos y creaciones cinematográficas, incluido su rodaje en Oviedo, y de esa pequeña estatua que se le parece y cuyas gafas parecen ser el objeto de las iras de hordas anónimas y desconocidas.
El repaso de todas sus actividades profesionales y todas sus películas es exhaustiva, pero en ningún caso anodina o desestructurada, a lo sumo puede ser reiterada en algunas ocasiones, especialmente cuando se refiere a su amor por la ciudad de New York, a la necesidad de volver a su casa con los suyos cuando termina un día de rodaje y a la incomodidad para relacionarse con otras personas que no conoce, casi sociopática, lo que le hace evitar cualquier asistencia a fiestas, recepciones, homenajes o eventos similares. Cuando se ponen en contacto con él para comunicar que le han dado un premio y le quiere conceder un homenaje, suele responder que está de acuerdo siempre que no tenga que recogerlo personalmente. Estuvo a punto de no asistir a Oviedo a recoger su Príncipe de Asturias, si no llega a ser por la insistente mediación de su esposa Soon-Yi. Sabiendo su hostilidad hacia la relación con otras personas, cobra más relevancia la entrevista que en su estudio de Manhattan concedió al realizador cántabro Iñaki Pinedo para su película documental Los otros Guernicas.
En este capítulo de las fiestas y recepciones con multitud de asistentes, en las que dice encontrarse absolutamente perdido y fuera de sitio, podemos leer la anécdota más divertida de todo el libro, cuando aceptó acudir a una recepción presuntamente organizada por Roman Polanski, director al que admira y con el que una breve conversación le compensaba todos los demás sinsabores del acto, pero un malentendido le llevó a acudir a la fiesta de una persona muy diferente a la que esperaba. Pero claro, en una autobiografía de Woddy Allen sería absurdo pensar que no se va a hacer referencia a las acusaciones de presunto abuso sexual, momentos en los cuales la chispa de su ingenio se torna amargura y dolor debido a que esa acusación le supuso dejar de relacionarse con tres niños a los que tenía mucho afecto, los dos que había adoptado con Mia Farrow, Dylan y Moses, además del hijo natural con la actriz, Ronan, hijo que el realizador cree firmemente que es suyo, aunque otras versiones achacan la paternidad al cantante y actor Frank Sinatra. El director de origen judío no ahorra elogios profesionales a Mia Farrow, afirmándola como una de las mejores con las que ha trabajado, aunque cuando habla de su relación con ella y de las características de la personalidad de la actriz los adjetivos son muy diferentes. En un caso tan escabroso como éste, lo más idóneo suele ser sujetarse a los hechos que son ciertos, probados y demostrados como por ejemplo:
Que Mia Farrow y Woody Allen tuvieron una larga relación artística y personal, pero no llegaron a convivir, ya que cada uno vivía en su apartamento en las inmediaciones de Central Park; Que Mia Farrow tenia varios hijos adoptados, anteriores a su relación con Allen, entre ellos la joven de origen surcoreano Soon-Yi, que adoptó cuando estada casada con el compositor de origen ruso André Previn, motivo por el cual Soon-Yi lleva este apellido -por lo tanto ésta no es hija ni hijastra del realizador, sino que es hija adoptiva de la que fue su pareja-; Que Woody Allen comenzó una relación sentimental con Soon-Yi, momento en el cual ésta contaba con 23 años, y, durante esa relación, Allen, en su propio apartamento, tomó unas fotos íntimas consentidas de su amante con una máquina Polaroid, parte de las cuales se quedaron accidentalmente sobre una repisa del propio apartamento; Que estas fotos fueron encontradas por Mia Farrow, que encolerizó por su contenido, al tiempo que se apropiaba de las mismas; Que el asunto de las fotos deterioró aún mas la relación entre Farrow y Allen y poco tiempo después se produjo la acusación, por parte de la actriz, de abuso sexual de Woody Allen sobre su hija adoptiva de cinco años Dylan; Que esta acusación fue investigada por medios judiciales, policiales y servicios sociales durante un largo periodo de tiempo; Que después de este periodo de investigaciones no pudo ser probada ninguna de las acusaciones, por lo tanto Woody Allen nunca fue declarado inocente ya que no llegó a producirse ningún juicio por falta de pruebas concluyentes para su realización; Que fruto de las acusaciones, la autoridad judicial retiró a Woody Allen la custodia compartida de los tres niños Dylan, Ronan y Moses, que compartía con Mia Farrow; Que el presunto abuso habría sido cometido en presencia de otras personas, menores y adultas; Que Moses Farrow, el otro hijo adoptivo de Allen y presente en el lugar de los hechos, ha publicado recientemente un amplísimo y detallado artículo sobre su versión de los acontecimientos aquel día de 1992; Que poco tiempo después Woody Allen y Soon-Yi contrajeron matrimonio y adoptaron dos niñas pequeñas, una de origen surcoreano y norteamericano, que actualmente realizan sus estudios universitarios; Que Woody Allen ha compartido vida y trabajo con cientos de mujeres de muy diversas edades, actrices, fotógrafas, montadoras y demás profesionales, sin que haya la mas más mínima indicación de un comportamiento no idóneo por parte del director; Que Dylan Farrow, que hoy cuenta con 35 años, al saber de la publicación de esta autobiografía, se ha ratificado en que fue víctima de abusos sexuales por parte de su padre adoptivo Woody Allen; Que Ronan Farrow fue un niño prodigio de enorme inteligencia y hoy es un famoso periodista que ha ganado el premio Pulitzer por sus investigaciones que han llevado a descubrir el entramado de abusos sexuales del caso Harvey Weinstein y que, en varias ocasiones, ha respaldado los argumentos de abuso de su hermana Dylan.
En mi opinión, un caso de abuso sexual, y más aún si la víctima es un menor, es algo absolutamente deplorable y despreciable que merece la más dura de las represiones, pero una falsa acusación no debe quedarse atrás ni en su calificación ni en su represión, porque en ambos casos siempre es un inocente el que sufre las terribles consecuencias de actos depravados o manipuladores de otros. Si alguien está interesado en saber lo que realmente pasó en este caso tiene que profundizar en los hechos que son probados y conocidos para sacar sus propias conclusiones, ya que la verdad verdadera será muy difícil que emerja algún día. Por eso, esta autobiografía, que no es imparcial, ni lo intenta, puede ser un buen camino para profundizar en una historia que navega por los procelosos ríos de la basura mediática desde hace 28 años.