Retratos de un tiempo determinado, películas de orden político, luchas con derrotas y decepciones son tratados por una clase de cine cuyo libro de estilo deriva a diferentes lecturas y pensamientos, y, a veces, el espectador ávido conocimiento sobre historias llenas de implicaciones tienen respuesta desde la pantalla de cine, los interiores e intimidades del cine reflexivo que Jean-Luc Godard propone con Todo va bien (1972).
Incomprendida en su contexto sin la delicadeza de crítica o público, esta película ofrece una hoja del fracaso de las utopías y las ideologías a raíz de mayo del 68, un relato que se convierte en arma arrojadiza en su modo de escanear de manera demoledora cierto discurso desde el prisma del sueño sobre el cambio social de una determinada época. Todo va bien me sedujo en su estreno por la idea del titulo, además de la autoría y su reparto.
En aquel encuentro me gustó la forma en que Godard escenifica el fracaso de un hecho. Aparte de dicho juicio subjetivo, Todo va bien nos muestra una dosis de periodismo, también con el cine dentro del cine -un recurso tan efectivo en la cinematografía francesa-, y cierta definición del Cine. Los trabajos interpretativos de Yves Montand y Jane Fonda son, sin duda, uno de los atractivos de este interesante film más allá del arte y ensayo.
Todo va bien nos cuenta una parte de aquella Francia después de mayo del 68, unos tiempos de crisis colectiva y personal para un matrimonio atrapado en una fábrica por una huelga de trabajadores. Encadenando secuencias reveladoras y desde el perspicaz tono de su discurso, la película plantea una analogía necesaria por la relevancia de un cineasta que proyecta su ley fílmica y salpica al espectador con su propia incisión ensayista en otra vía.