En este apartado de auténticas rarezas, tan extrañas como fascinantes, se encuentra Memento (2000), la película dirigida por Christopher Nolan, un film distinto cuya amplitud de miras avanza a medida que transcurre la acción, el momento, una película considerada de culto con todo merecimiento, tan arrebatadora en su composición de thriller como con los meandros de su componente psicológico.
Con las interpretaciones magistrales de Guy Pearce, Carrie-Anne Moss y Joe Pantolliano, Memento es la adaptación cinematográfica de un relato titulado Memento Mori, de Jonathan Nolan -hermano del director-, cuyo reformato hacia el cine resulta magnífico, lleno de posibilidades en cada párrafo secuencial, en el seguimiento de un personaje perdedor, un hombre que sufre 'un golpe'.
El protagonista de Memento padece, desde entonces, un trauma cerebral, una repercusión amnésica que le impide registrar nuevos recuerdos y olvidando todo en cuestión de pocos minutos. Con estos condicionantes, y pese a todo, no dejará de buscar al asesino de su mujer, buscando indicios del hecho acontecido en su tiempo tirando tanto de fotografías como de tatuarse los recuerdos.
Memento, narrada de modo soberbio y rodada de un modo peculiar, trata sobre la memoria, la identidad, el paso del tiempo, los recuerdos... y dicha cronología la plantea en dos tiempos, uno en blanco y negro hacia el futuro y otro en color hacia el pasado, una moviola visceral que, con sus propios planos y el acompañamiento musical, enrutan al protagonista con ciertas dosis de fatalismo.
Película existencial con los tonos propios del film noir, a golpe de encuadres y de una estructura tan rara y fantástica como eficaz, casi surrealista, y con un ritmo narrativo que no da lugar a pausa alguna, Memento, perspicaz apuesta a retener en la memoria fílmica, es la recomposición de lugar de cada fragmento de fotograma, palpito clásico y moderno, latido vertiginoso y rompedor.