No creo que exista en España ninguna persona aficionada al cine que no sepa que la directora de esta película, Gracia Querejeta, es la (única) hija del productor y director cinematográfico, además de jugador destacado de la Real Sociedad, Elias Querejeta, fallecido en 2013. Se dice que el productor donostiarra era una persona con enorme carácter. Ambos hechos habrán tenido gran importancia en el devenir personal y profesional de la realizadora, de la que ahora nos llega su última propuesta, de la que también es guionista.
Invisibles nos cuenta los encuentros semanales que tres amigas -Julia, Elsa y Amelia, interpretadas por Adriana Ozores, Emma Suárez y Natalie Poza- tienen para caminar y hablar de los problemas y las inquietudes presentes en sus vidas. Julia es una profesora hastiada de su profesión y de un matrimonio en el que continua por comodidad y por mantener su estatus; Elsa es una atractiva ejecutiva de éxito que no soporta el paso del tiempo ni dejar de ser el objeto de los deseos de los hombres; y Amelia es una mujer insegura y frustrada emparejada con un hombre que tiene una hija adolescente y que personifica su infierno personal... y todas ellas han pasado la cincuentena, lo que teóricamente las hace invisibles a los ojos masculinos, más pendientes de las voluptuosas jovencitas con las que, teóricamente, no pueden competir.
Pero la película juega con cartas marcadas porque al elegir a estas tres actrices, que pese a su edad conservan una gran belleza física personal, no son, ni mucho menos las maduras prototípicamente invisibles. Las conversaciones que tienen las actrices a veces son brillantes, a veces rutinarias y a veces previsibles. Sus personajes no experimentan ningún cambio a lo largo del metraje, son crueles entre ellas, les falta sinceridad y mienten generosamente. Lo cierto es que con amigas así, ya no hacen falta enemigas.
Por eso me resultan mucho más verosímiles las tres breves apariciones de los personajes interpretados por Blanca Portillo, una antigua amiga del grupo, que no quiere saber nada de ellas, porque las considera tóxicas; la de Pedro Casablanc, que representa la traumática perdida de empleo en una historia que no se desarrolla; y la de Fernando Cayo, expareja de una de ellas y alérgico a la paternidad, que aparece con un par de gemelos propios.
Una señora que estaba detrás de mi en el cine, al encenderse las luces, le dijo a sus amigas '¡cómo me ha gustado y qué corta se me ha hecho!'. Y una de sus amigas le respondió 'es que ha durado poco más de 80 minutos'. Pues eso, no se hace larga, independientemente de su duración, por el buen trabajo de sus intérpretes, y te llegará tanto como admitas las reglas del juego que propone su directora. En una hipotética idea, me gustaría saber lo que Alvaro Carmona, responsable de la estupenda serie de Flooxer Gente hablando haría con estos mimbres, pero probablemente serían cestos muy diferentes.