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Crítica: "El hombre invisible", por Javier Collantes

Las diversas propuestas que el cine ofrece en el terreno del miedo y el terror psicológico son fruto de una parte esencial de los pánicos interiores del ser humano, una faceta que la narrativa literaria y el lenguaje cinematográfico han sabido proyectar universalmente con formas y estilos propios de una zona tan escondida.


Ahora es el momento para una nueva versión de El hombre invisible, el clásico relato de H. G. Wells de 1897 actualizado a través del ojo-cámara del cineasta Leigh Whannell. Después de adaptaciones como la de 1933, Memorias de un hombre invisible, El hombre sin sombra... esta nueva revisión con el sello Blumhouse configura una nueva dimensión estilizada y profunda de un relato magnífico.


El hombre invisible nos cuenta la historia de Cecilia, una mujer prisionera en una relación de pareja tóxica y enfermiza  con un científico e investigador rico, manipulador y peligroso hasta que se suicida y deja libre a su mujer, heredando ésta una gran fortuna pero con condiciones en su testamento. Sin embargo, Cecilia empieza a percibir fenómenos extraños y sospechar que él no ha muerto.


La vida de Cecilia vuelve a complicarse con la demostración de que sigue en su vida, a medio camino de la locura, entre la muerte y las amenazas en un 'tour de force' abrumador y terrorífico con una excelente realización técnica, sin abusar de los efectos especiales, y una dirección equilibrada sobre lo que interesa en cada momento.


En línea con su fotografía y sonidos, El hombre invisible resulta una sobresaliente versión del clásico que no sólo entretiene sino que produce sensaciones, una magnífica conversión del #Metoo, con un gran trabajo de Elisabeth Moss, cuya visibilidad se plantea desde otro film, Durmiendo con su enemigo, para ser distinto, más espeluznante y estremecedor, cine visible, film necesario de ver.