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Crítica: "Vivir dos veces", por Paco España

La película cuenta el inicio del proceso del auto-olvido que acecha a un ser humano, o, lo que es lo mismo, su lenta y paulatina desaparición antes sus propios ojos. La realizadora María Ripoll tiene trabajos interesantes en su ya dilatada carrera de más de 20 años, títulos como la comedia romántica Lluvia en los zapatos, Tu vida en 65’ -según historia y guión de Albert Espinosa, espíritu del cual está profundamente imbuida- y Rastros de sándalo, donde dibuja una curiosa forma de entendimiento Oriente-Occidente a través de otra historia romántica... y otros prescindibles, o sencillamente mediocres, como Tortilla Soup y, más recientemente, Ahora o nunca y No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas.


Afortunadamente, Vivir dos veces se puede circunscribir en el primero de los grupos. A un hombre maduro, magistralmente interpretado por el actor argentino Óscar Martínez, le diagnostican una enfermedad que le sumergirá en su propio olvido. En ese momento decide iniciar un viaje en busca de una mujer, único amor de su vida, para verla antes de olvidarla. Irá acompañado por su hija, interpretada por una Inma Cuesta con su eficiencia habitual en cada uno de sus trabajos, su yerno Nacho López -personaje necesario para el desarrollo de ciertos puntos de guión-, y su nieta con discapacidad física, interpretada por la niña de 10 años Mafalda Carbonell, hija del multifacético Pablo Carbonell, con un fascinante magnetismo personal que ofrece una química extraordinaria con el intérprete latinoamericano y lleva a gran altura una secuencia dramática con Cuesta sobre el matrimonio y la infidelidad, que tiene una enfermedad rara denominada artrogriposis múltiple congénita, pasó siete veces por el quirófano y estuvo tres años escayolada.


Óscar Martínez, cuyo crédito es enorme tras la interpretación en El ciudadano ilustre y cuyo personaje le permite salir con éxito de títulos com Toc, toc o Yo, mi mujer y mi mujer muerta, lleva el relato, en principio claro y más tarde desdibujado y deshilachado, como las propias neuronas de su personaje, a terrenos de intensa empatía, y, junto con Mafalda Carbonell, forma un tandem de gran complicidad y entendimiento. Tras el planteamiento inicial, la película deambula entre una serie de parajes, situaciones y personajes, que no parecen llevar a ninguna parte, desde el Pirineo navarro a la Albufera valenciana, sin que se vea con claridad el sentido de tanto viaje, por eso recuerda a la progresiva maltrecha memoria del protagonista.


Aunque esta película habla de la enfermedad, no es en absoluto pesimista, tiene fases francamente divertidas, una gran carga de humanidad y pone de manifiesto una realidad actual: la ignorancia tecnológica de los mayores frente a la sapiencia de los muy jóvenes en este campo. En fin, el mundo al revés.