En sus diferentes facetas y múltiples visiones, el cine romántico ha ofrecido tonos edulcorados y compromisos con alguna realidad, virtudes y defectos en historias con finales suaves o tremendos dependiendo de sus estructuras argumentales. En 1966, Palma de Oro en Cannes y Oscar al Mejor Guión y Mejor Película de Habla No Inglesa, Un hombre y un mujer supuso un soplo de aire fresco por parte de Claude Lelouch, film de momentos extraordinarios, una película que entusiasmó, con el elemento de la famosa canción Dabadabadá del compositor Francis Lai, y que ha pasado a la Historia del Cine por trasgresora respecto al movimiento narrativo de aquellos tiempos.
Lelouch rodó años después una segunda parte, Un nombre y una mujer. 20 años después (1986), que pasó sin pena ni gloria. Han pasado 53 años desde el origen y Lelouch, a modo de homenaje, construye en menos de dos semanas su película número 49, en modo de soltar 'amarras', de nuevo en esta clase de óptica cinematográfica muy francesa. Con un argumento acelerado y un ritmo narrativo calmado, Los años más bellos de una vida nos cuenta la historia del reencuentro entre un nombre y una mujer pasado el tiempo, una historia de amor vibrante cuyo breve encuentro años antes se presenta como una historia de culto amoroso.
Ahora, el que fue piloto de carreras sufre un proceso de demencia senil y su hijo intenta ayudarle a encontrar a la mujer que supone el verdadero amor, desde siempre. Con esta propuesta, Los años más bellos de una vida inserta secuencias e imágenes de la película de 1966 y una carrera frenética por París que procede de un cortometraje, junto a una fotografía de texturas, color y luz ocres. Su aspecto más destacado, sin duda, el nivel de interpretación a través de su mirada, presencia y registro interpretativo de Anouk Aimée, sublime en cada plano; y el genial Jean Louis Trintignant con la excelencia de su saber estar delante de la cámara, puro y sobresaliente.
La película de Lelouch no es un film extraordinario, pero contiene la esencia cinematográfica de transmitir con sencillez una historia universal. Pese a sus descensos narrativos, no se puede olvidar una secuencia extraordinaria de diálogo entre Monica Bellucci y el propio Trintignant. Los años más bellos de una vida parte de lo básico, desnudar las emociones, para llegar a ser un título correcto, que gustará o no, pero recorriendo la cada vez más ausente credibilidad fílmica.