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Crítica: "La virgen de agosto", por Paco España

El 10 de diciembre de 2010 se estrenó Todas las canciones hablan de mí, la primera película larga de Jonás Trueba, joven realizador de prestigiosa estirpe de cineastas. Tras su visionado decidí mantenerme alejado de sus propuestas cinematográficas ya que me pareció insufriblemente aburrida, pero cuidado, esto no es una crítica, es una percepción personal. Exactamente igual que me parece el director neozelandés Peter Jackson soporífero (produciéndome grandes ataques de somnolencia), otras personas opinaran que es un maestro en este arte tan complicado. Lo mismo puede ocurrir con Jonás Trueba.


Tras casi una década he decido volver a ponerme narrativamente en sus manos para ver las peripecias de una mujer joven, durante la primera quincena del caluroso mes de agosto, en la ciudad de Madrid. A modo de dietario trascurren esas dos semanas, mediante una sucesión de secuencias, unas largas, otras cortas, unas con la actriz Itsaso Arana (a la que volveremos a ver en el inminente estreno de Diecisiete, de Daniel Sánchez-Arévalo) en solitario, otras junto a variados personajes... Omnipresente en toda la película, esta actriz navarra también ejerce, junto con el director, labores de escritura de guión.


La película carece de una narrativa y ritmo convencionales. En sus más de dos horas de duración no parece que suceda nada especialmente relevante en la vida del personaje principal. La historia llega al espectador por impregnación más que por narración, lo que requiere un esfuerzo especial del mismo para mantener la atención en una propuesta que parece documental, al estilo de José Luis Guerín, y con diálogos improvisados y ausentes de guión, cuando lógicamente no es así. Tras su visionado, no estaría muy seguro sobre qué responder a la pregunta ¿de qué va esta película? La fertilidad femenina está muy presente a lo largo de su metraje y el mensaje que puede intentar transmitir sería la dificultad de las personas jóvenes de las avanzadas sociedades del primer mundo en mantener relaciones que puedan dar lugar a nuevas vidas.


En el último cuarto de la película cambia el tono, entrando en uno de ficción más reconocible que gana en interés, apoyado en la aparición del actor Vito Sanz, que, abandonando sus habituales estrambóticos personajes, hace una labor de contención gestual y verbal que le coloca, con diferencia, en el mejor de sus trabajos. La virgen de agosto no es una película que busque la empatía del espectador, por eso necesita tener frente a la pantalla gente que no sucumba fácilmente a la calima veraniega, para no perder la atención de los que allí ocurre, aunque en ocasiones sea un labor nada sencilla.