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Crítica: "Anna", por Javier Collantes

En modo de cine comercial puro, con los condicionantes que conlleva como cine de evasión y entretenimiento sin mostrar lecturas profundas ni mensajes, Anna cumple con las expectativas propias del director, guionista y productor Luc Besson, cineasta de títulos con sello estético de videoclip pero no exentos de cierta calidad cinematográfica como Nikita, El quinto elemento o León.


Su filmografía de cine intenso, cuya cámara acelera el ritmo de la violencia en sus contenidos argumentales, se completa ahora con su última producción, Anna, un film de coreografías de acción que mantiene su firma personal en ritmo frenético, disparos y asesinatos, 'buenos y malos'... en un contexto de Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, cine de espionaje al uso.


Anna Poliatova, bella modelo moscovita y letal asesina a la que todos los gobiernos temen por sus habilidades para eliminar objetivos, esconde un secreto. En un mundo de apariencia, manipulación, frialdad y destino, la élite, el lujo y las relaciones sentimentales son la pista del circo. Bajo la dirección de Besson, la previsible y sin sorpresas Anna resulta una obra menor.


Anna es un thriller de atisbos y carencias muy inferior y a mucha distancia de resonancias a las que pretende imitar, como Atómica o Gorrión Rojo. Las correctas interpretaciones de Sasha Luss y Helen Mirren salvan a duras penas una trama efectista, con un exceso de saltos temporales, una adrenalina menor, fetichismo de baja intensidad y sobre-estilizada en su puesta en escena.


Elementos varios como una trama argumental sin capas -a pesar de intentar aparentar un efecto matrioska-, una banda sonora que ya no se recuerda una vez finalizado el metraje, y una fotografía de pantalla plana-plasma hacen que Anna se resienta para que verdaderamente resulte más demoledora y no una simple película bastante fallida y floja, una película sin poso, aburrida y tantas veces vista.