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Crítica: "Rocketman", por Javier Collantes

Como he mencionado en otros comentarios anteriores, el cine se nutre, entre otras cuestiones, de géneros narrativos o, mejor dicho, de subgéneros en el enclave de vidas ilustres, vidas famosas, para contar sus sapiencias en el ámbito que les corresponde. En multitud de casos, el cine suaviza la historia de un personaje emblemático, sea de una disciplina artística, luchador, combativo... pero con las licencias pertinentes que el séptimo arte se permite trastocar en un subjetivo equilibrio dentro de sus líneas de lenguaje visual.


Con estas características y más elementos, es de agradecer cuando una película se permite dotar al contenido de los elogios y las miserias, del triunfo y el fracaso interior... A este ejemplo se corresponde el caso de Rocketman, un film dirigido por Dexter Fletcher que, con total acierto, muestra otras aristas en la trayectoria del genial y excéntrico Elton John, con permiso y consentimiento del propio artista. El título de la película obedece a una canción de 1972 y, a su vez, un musical trasladado a la pantalla grande.


El argumento de Rocketman se centra en los primeros años del cantante, con 50 años de carrera, desde su condición de joven prodigio del pop-rock en la Academia de Música hasta llegar a ser una estrella de fama mundial gracias a la colaboración de su compositor Bernie Taupin. Las vicisitudes de la creación musical, sus adicciones (drogas, alcohol, sexo) y la familia, sus depresiones y traumas... son expuestas con una clarividencia directa y brutal. Rocketman no es un biopic al uso, sino un excelente y valiente retrato lleno de metáforas e ironía.


Con un comienzo espectacular, entre la rehabilitación y los recuerdos, las coreografías y la música son un perfecto ejercicio para exposición del mito, un prodigio de cine emotivo y sensacional nada complaciente, el debate de la (re)construcción de uno mismo entre plataformas y gafas rompedoras, la esencia de un sobresaliente musical aderezado por su grandioso reparto: Taron Egerton, Bryce Dallas Howard y el resto de intérpretes completan las excelencias de Rocketman.


El hombre cohete contiene la grandeza del cine, que aquí si vuela y gravita con sentido, trasmite y entretiene, entre la disposición de letras musicales y los vicios y sufrimientos del personaje. Por fin un relato que nos habla de la redención y de las culpas sin falsa moral. Rocketman es, simplemente, un ejercicio de cine sobresaliente que potencia la imaginación sin red, la liberación ante el biopic esclavizado por la oxidada corrección de tantos acordes sin sentido y pianos desafinados.