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Crítica: "La biblioteca de los libros rechazados", por Javier Collantes

En modo y forma, con el estilo de una caligrafía visual, el cine, como 'vampiro' de todas las artes, se nutre de la escritura, de los libros, ideas e imaginación trasladadas a la imagen desde el punto culminante de la impresión en papel. El séptimo arte ha mostrado, y muestra, el museo de las librerías desde el vértice de un romanticismo puro, con todas sus  circunstancias.


Como una lectura amena, un título tan sugerente como La biblioteca de los libros rechazados, adaptación libre de una novela acolchada, se convierte en una película amable que ofrece, al espectador de exigencias cinematográficas normales, una serie de sensaciones formalistas pero punzantes, dualidad que, precisamente, la aleja de lo que podría quedarse como una historia menor.


Una joven editora encuentra una novela magistral con todos los ingredientes de aquellos libros rechazados por las editoriales, un libro firmado por un pizzero bretón fallecido dos años antes, un presunto autor que nunca había leído un libro, un caso misterioso sobre el que las investigaciones de un crítico literario y la hija del supuesto autor resolverá muchas sorpresas.


Sobre el cine de guión amoldado a un retablo fílmico clásico, La biblioteca de los libros rechazados es un ejercicio fílmico que recuerda, salvando la lógica distancia de la época, a un relato de Sherlock Holmes y el doctor Watson, un drama con intriga cuyo ritmo narrativo se desarrolla entre el triunfo, la falsedad y el marketing y referencias literarias ingeniosas a la francesa.


La dirección correcta y sus notables interpretaciones, en especial el extraordinario intérprete Fabrice Luchini -secundado a gran nivel por Camille Cottin y Alice Isaaz-, confieren mayor sentido y sensibilidad a La biblioteca de los libros rechazados, una película para disfrutar que, sin ser extraordinaria, se deja ver y empatiza con el espectador, un film más que presentable.