Al presenciar esta película, uno tiene la sensación de estar viendo una especie de legado testamentario del director manchego. Además de recopilar ideas y situaciones ya expresadas en títulos como Todo sobre mi madre, La mala educación o Volver, Pedro Almodóvar nos muestra a si mismo, en la piel del siempre eficaz Antonio Banderas, en los momentos y con las personas que más han influido en su vida.
Su primer deseo, su primer amor, su amor más tormentoso, su salud con múltiples frentes abiertos -como refleja la brillante frase de guión 'Los días que tengo varios dolores, creo en Dios y le rezo; los días que solo tengo un dolor soy ateo', pero, sobre todo, su madre y la importancia que tuvo en toda su existencia desde el primer momento. Es evidente que estamos frente a una ficción, pero resulta muy complicado no reconocer al propio director en el personaje protagonista durante toda la película.
Se podría decir que, una vez más, el director de Calzada de Calatrava nos vuelve a hablar de sus mismos temas y fijaciones personales, lo mismo que están haciendo, desde hace muchos años, directores tan prestigiosos como Woody Allen y Clint Eastwood. Al final, la vejez y el paso del tiempo se torna fundamental, porque todo ser humano se hace más consciente de su fragilidad y de un final al que ya se le oyen los pasos.
Esperemos que a este oscarizado director le queden muchas oportunidades de contarnos su misma historia de maneras diferentes, porque merece la pena verlas, oírlas y reflexionar sobre ellas, y nos libre de estupideces del tipo Los amantes pasajeros. Se ha hablado mucho del giro de Almodóvar: de ser el director de actrices, con un cine femenino y feminista, ha pasado a ser el director de los actores, con un cine masculino y feminista.
En esta ocasión, los papeles protagonistas recaen en Antonio Banderas, al que posiblemente se le note la asunción de la fragilidad propia tras su grave crisis cardíaca, y Asier Etxeandía, un actor que es capaz de desplegar una gran potencia física y emocional delante de la cámara y del que pronto nos llegará su película Sordo, western rodado en las inmediaciones del pantano del Ebro.
Pero la brillantez en la aparición de las actrices sigue siendo una marca distintiva del director. Penélope Cruz está sencillamente soberbia, y cada vez recuerda más a esa mujer racial y de fuerte carácter que tan bien interpretaba Sofía Loren. Por no hablar de Julieta Serrano, que, a sus 86 años, nos regala un trabajo de enorme calidad, dando vida al personaje de la madre del protagonista, tan importante en el devenir de las historias, la real y la de ficción.
Desde que Pedro Almodóvar abandonara el feísmo de sus primeros trabajos, su cine siempre está muy bien construido visualmente, habitualmente suele estar muy bien interpretado y, si su guión tiene la chispa de la inspiración, es cuando a la cartelera llega una película que merece la pena... y es lo que ocurre con Dolor y gloria.