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"SICS 2018: ¿una semana de cine?", por Pelayo López

Del 16 al 23 de junio, la capital cántabra ha albergado la II Semana Internacional de Cine de Santander, una cita fílmica de primer nivel que, según se ha asegurado desde la propia organización, pretende consolidarse para devolver a la ciudad y a la región, cuyo sector también se ha presentado como una apuesta firme, una parte del nombre y el estatus adquirido por los productores Álvaro Longoria y Lucrecia Botín, una gratitud manifiesta en un evento mundial del que se carecía según se ha apuntado desde la propia SICS.


Esta presentación oficial, u oficiosa, de la II Semana Internacional de Cine de Santander se ha convertido, al mismo tiempo, en una prueba de cargo para analizar las particularidades del evento. Por partes, en primer lugar, de la etiqueta internacional parece querer hacerse gala con mayúsculas, sobre todo teniendo en cuenta que eso supone dejar en un segundo plano, más bien al fondo de toda la profundidad de campo -o directamente fuera de cámara-, al propio sector cultural y audiovisual no sólo de Cantabria sino también de Santander.

Esta afirmación tiene un doble frente: por un lado, lo organizativo y estructural; por otro, lo participativo e industrial. En el primero de los casos, y más allá del carácter voluntario de la logística competencial, resulta que desde la imagen a la dirección y pasando por la comunicación de la SICS no tienen, en ningún caso, denominación de origen cántabra, sino asturiana en los dos primeros apartados y madrileña en el tercero, resultando todo ello muy global.

Respecto a la participación del sector audiovisual de la región en la II Semana Internacional de Cine de Santander, la posible voluntad de ofrecer visibilidad ha quedado en un mero espejismo, un efecto secundario (o inferior) relegado a distancia abisal del foco principal, sedimentado y fondeado, y con reflexiones para la perplejidad y el asombro más que cuestionables en torno a la democratización y popularización del séptimo arte.

Todo lo expuesto con anterioridad, al margen de la atalaya de un arco glorioso, ha ofrecido en la (a)dimensionalidad estival santanderina una doble coincidencia de ida y vuelta en la proyección espectral cinematográfica. Al emerger de la creatividad fílmica internacional desde la Bahía, las nuevas olas primerizas y los cimientos arquitectónicos de otras propuestas han silenciado sus ecos de sociedad, coexistencias disuasorias y ausencias (a)notorias.

Al soplar su primera vela, el Centro Botín ha adelantado su Semana Internacional de Cine de Santander para congregar una de sus propuestas más vendibles en el marco de este aniversario iniciático, una oportunidad inmejorable para intentar hacer propios los dulces deseos de este evento y reflexionar sobre su proyección capital haciendo gala de sus recurrentes coloquios y mesas redondas.