Jugando con el título de la propia película y el apellido de su director, Luis Segura, se podría decir que 'la buena calidad cinematográfica de esta sesión no va a estar nada... segura', al más puro estilo Matias Prats. Aunque se puede pensar que se trata de una afirmación con prejuicios, si se hace antes de su visionado, lo cierto es que, una vez vista la película, la afirmación no está muy alejada de la realidad. Pero no vamos a abrir la papelera tan pronto porque El club de los buenos infieles, a pesar de su nefasto título, tiene algunos sketches, algunas interpretaciones, interesantes, graciosas y hasta con un pequeño toque de brillantez.
El club de los buenos infieles plantea temas tan poco originales como la inmadurez masculina, con su interminable complejo de Peter Pan, cuando, pasada la cuarentena, sus cuerpos comienzan a sufrir el descenso de la testosterona y sus mentes siguen ancladas en la adolescencia más púber; el descenso de la pasión conyugal, albergado en ideas como 'Mi esposa es de mi familia, entonces hacer el amor con ella, sería... ¿incesto?', frase que da una idea de los derroteros por donde circula la película... lo que genera en ellos la idea de crear un club para, a través de la infidelidad, volver a recuperar la pasión.
La película se estructura a través de entrevistas a los protagonistas, que hablan directamente a cámara, con secuencias insertadas de sus propias aventuras que ellos mismos van narrando al espectador. Los primeros compases del metraje pueden resultar graciosos, apoyados en clichés muy determinados del carácter masculino, hasta llegar al momento en el que Fele Martínez recrea, en un restaurante, un orgasmo masculino fingido, parodiando la famosa secuencia de Cuando Harry encontró a Sally en la que Meg Ryan hace lo mismo, respecto a un orgasmo femenino, ante la expectación del resto de comensales presentes en el local. Este es el momento álgido de El club de los buenos infieles, hacia el minuto 40.
A partir de aquí se va desinflando como la espuma de la mala cerveza, llegando al final de manera errática y forzada, haciendo un gran esfuerzo para llegar a la duración estándar de una película comercial. Por eso, la última parte se hace larga, con un guión que ya no aporta nada y el espectador agradece la llegada de los títulos de crédito, a pesar de sus escasos 85 minutos de duración. El cine español ya ha dado numerosas muestras de comedias de calidad, pero El club de los buenos infieles no es uno de esos casos, porque la comedia es una cosa muy seria y sus responsables no han sabido o no han podido darle la importancia que se merece.