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Crítica: "Una razón para vivir", por Javier Collantes

Contemplado como un melodrama de época, el actor británico Andy Serkis, que interpretó a Gollum en El señor de los anillos y a César en El planeta de los simios, dirige su primer largometraje en el tono del biopic más estructurado. En sus formas, elementos expuestos en cada secuencia e imagen, muchas veces tratados en el cine, pero con las consideraciones de un debutante que trasforma una historia basada en hechos reales en un alegato sobre el instinto de vivir, con el sentido humanista a modo de un ser encomiable. 


La historia que nos relata Una razón para vivir se desarrolla en los años 50 del siglo XX. A un hombre de 28 años de edad, que tiene toda la vida por delante, con ilusiones y planes de futuro, por circunstancias del destino, o la propia rueda de la existencia, se le detecta una enfermedad, la polio, que le provoca una parálisis desde el cuello hasta los pies. La ayuda y apoyo de su mujer, en una toma de decisiones, le lleva a abandonar el hospital y a que ella se encargue de estar a su lado en todo momento. 


Las ganas de vivir son la determinación del instinto de superación. Así como uno de los iniciadores de la asistencia médica a personas discapacitadas, un hito en la historia de la medicina. Construida con una dosis de telefilm trasladada a la gran pantalla, Una razón para vivir no engaña a nadie, entregando un pedazo de vida sobre la superación, con la toma necesaria de un título correcto sobre lugares, fotografías y ritmo narrativo simplemente presentable. Una aprobada dirección, paisajes y diálogos desarrollan los valores humanos desde el prisma más importante de la resistencia a dejar de luchar. Ahí su valor desde el punto de vista fílmico.


Su tratado se deja ver con un capítulo destacado para el reparto interpretativo, en especial Andrew Garfield (Silencio) y Claire Foy (En tiempo de brujas). Una pieza de cine que destaca más por sus aportaciones de superación que por su nivel artístico. A pesar de esta circunstancia, Una razón para vivir se ve con agrado y emociona en un sentido más de vida que el propio apartado cinematográfico. Como curiosidad, el productor es el hijo del protagonista en la vida real. Una  poderosa razón para asistir a un relato de vivir y sus consecuencias finales.