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Crítica: "Verano 1993", por Javier Collantes

Bajo la dirección de la cineasta catalana Carla Simón, Verano 1993, su personal apuesta cinematográfica, muestra con los tonos propios de la autobiografía, tan realista como audaz en su conjunto final, una historia simplemente hermosa, cruda, delicada. Su argumento nos traslada a un pueblo de Cataluña en el año 1993, contexto donde una niña de seis años acaba de perder a su madre, un primer verano que tendrá que pasar sin la presencia maternal y en un entorno rural.


En este contexto de convivencia con sus tíos y su prima de cuatro años, así como las visitas de sus abuelos y el resto de la familia y amigas de sus progenitores, asume de frente la crudeza de la vida real. Con dicho argumento, su directora novel construye, a golpe de sentimiento, un relato que recuerda al cine de Víctor Erice. Un escenario único, una cámara a ras de suelo, cercana a las protagonistas -sobre manera a la presencia de dos niñas-.


Las consecuencias y el toque de la desaparición de un ser querido. El sentido de la muerte, un devenir sobre el aprendizaje a golpe de impacto, los sentidos, los sentimientos, el desarraigo y el dolor de una niña ante 'algo' desconocido para ella. La ausencia y el dolor. La vida y la muerte desde las perspectivas inconscientes de un ser abandonado, que no comprende y sufre. 


Galardonada con la Biznaga de Oro del Festival de Málaga y Premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Berlín, reconocimientos y consideraciones de toda justicia y con propiedad para un film realmente extraordinario, que marca una época de un cine español que emociona desde su primer fotograma. Carla Simón, que ya había realizado una serie de cortometrajes sobre la ausencia, profundiza en el dramatismo de la muerte por las consecuencias de unos tiempos determinados por el Sida.


Una obra excelente y memorable en todos sus órdenes fílmicos. Además, se suman unas magistrales interpretaciones, en especial la complicidad de los personajes de las niñas, que recorren un camino común de aprendizaje. Dos primas, sus juegos, un baile, unas miradas, un río... que trasmiten la inocencia, el sufrimiento y el ansia de caminar en este mundo con su propio lenguaje, el de la dura y tierna observación natural sobre la búsqueda de un lugar en el mundo... y/o la familia.


Verano 1993 se convierte, por méritos propios, en una extraordinaria película que, con el acierto de escuchar y ver en su versión original subtitulada -catalán con subtítulos en castellano-, mantiene la esencia de una clase de cine magistral: sencillo en las reacciones humanas, complejo en la lectura del vivir. Aceptar, luchar, en un final de lágrimas con respuestas.