Hasta la fecha, los trabajos cinematográficos del director Atom Egoyan se han caracterizado por una personalidad propia en su apuesta argumental, en la forma de narrar unas historias entremezcladas entre un cine más eclíptico y una condensación en la psicología interna de sus personajes. De esta manera, ahora nos ofrece un relato sobre un pacto entre dos amigos para vengarse de un comandante nazi, autor de la muerte de sus familias durante la guerra.
Uno tiene Alzheimer, el otro no se encuentra con fuerzas para salir de la residencia de ancianos, por lo que el primero, a pesar de su problema con la memoria, ejecutará la misión de encontrar y eliminar al causante de dichas muertes. A partir de esta base, el film queda construido con ciertas dosis del cine del maestro Hitchcock, sobre conductos del efecto sorpresa. Una banda sonora apenas perceptible nos acompaña en este viaje a la memoria perdida, a la conclusión de una faceta del ser humano.
A lo largo de este itinerario, no exento de algún momento de humor, el relato pasa por instantes algo desconcertantes pero con el rigor de un autor que conduce a sus personajes a un descubrimiento e identificación de la verdad. El film contiene valores respecto a una temática muchas veces vista, pero aquí cobran otros sentidos, quizás puede ser el tono teatral filmado, o quizás su resolución final y punto débil. La buena dirección nos encamina a la existencia, el olvido, el rencor, la vulnerabilidad...
Desde prismas y planteamientos diferentes, se trata de un film interesante, conmovedor y realista con un ritmo narrativo de autor de otros tiempos. Además, por encima del resto de elementos, y sin olvidarnos de la elegancia de Martin Landau, la extraordinaria interpretación del gran actor Christopher Plummer: cada gesto, cada mirada... Entrega generosa y (re)descubrimiento permanente de una maestría exquisita. Un notable film, con mucho peso específico.