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Crítica: "El renacido", por Jesús Caro

Favorita para dar los más apetitosos zarpazos en los Oscar, esta nueva epopeya cinematográfica del personalísimo director Alejandro González Iñárritu se presenta ante el espectador como una visceral aventura de supervivencia y venganza, todo ello enfatizado de manera dramática con una brillante exposición visual, realmente sobresaliente y de gran realismo, sostenida por el fino pulso del operador de cámara, desbordante desde la impactante secuencia inicial.


Por destacar alguno de los muchos puntos fuertes de esta cinta, su fotografía y el excepcional uso de la panorámica para conseguir captar todo, incluso en los primeros planos que desenfocan el horizonte, un prodigio de precisión técnica. A pesar del movimiento de cámara, algo mareante en momentos puntuales, el oscarizado director logra transmitir un sinfín de emociones en imágenes.


Además de los apartados técnicos, González Iñárritu suma las contundentes interpretaciones de unos actores en estado de gracia: la voracidad depredadora de Leonardo DiCaprio, que da un recital impresionante, sin apenas utilizar la palabra, con una mirada profunda y una expresividad llena de matices, para dar vida al explorador Hugh Glass; y Tom Hardy, que compone magníficamente un ser odioso pero reconocible en la conducta humana más aborrecible.


La emoción de la historia y los sentimientos de los personajes, con el angustioso dolor que provoca las situaciones límites a las que se enfrentan (especial atención a la aparición del oso), se remarca a través de la explícita violencia, un recurso que recuerda a "La pasión de Cristo" de Mel Gibson, extremadamente dura pero necesaria a la hora de hacer partícipe al público de la terrible odisea.


Este duro retrato de la naturaleza del hombre, caracterizada por una mayor presencia de sombras que luces y por un intenso componente espiritual y de respeto hacia los nativos americanos de importancia supina en la casuística de la narración y el desenlace definitivo, no es sólo un viaje físico sino también emocional, una representación del lado más salvaje e instintivo del ser humano.