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Crítica: "Marte", por Pelayo López

Puede que no se le haya otorgado la misma condecoración de excelencia cinematográfica que a otros realizadores como Scorsese o Fincher, pero, sin lugar a dudas, Ridley Scott ha sido (y es) sinónimo de personalidad fílmica durante más de cuatro décadas, un sello de autor identificable en una filmografía de género en género. Aunque muchos no lo vean así, Scott lleva implícita en sus trabajos la palabra cine con mayúsculas. En esta ocasión, el bestseller homónimo de Andy Weir le sirve como excusa para volver al espacio entre 'aliens' y 'prometheus'.


No obstante, el incontestable cineasta de las más recientes "Exodus: dioses y reyes" o "El consejero" realiza este nuevo viaje interplanetario alejándose del cine de terror alienígena o la mitología extraterrestre, incluso de la ciencia-ficción más espectacular, para lanzarse en plan 'ares' a una aventura tan épica como intimista. Una tormenta de arena repentinamente ciclada pone de regreso a la Tierra a la tripulación NASA desplegada en Marte, con la salvedad súbita de que uno de sus miembros es dado por muerto y abandonado a su suerte... una culpabilidad colectiva entendida como responsabilidad hacia el individuo.


La ingeniería de la comunicación, la biología de la supervivencia, los cálculos del rescate... Casi un lustro y más de 500 soles. Frente a este desolador panorama, sin embargo, se diseña una (m/v)isión esperanzadora con un diario de a bordo. Frente al canto del lamento, el posibilismo científico se presenta como la única fórmula de éxito. En este contexto, la apariencia estética re-construye una atmósfera al vacío entre novedosos corpiños estilo 'Star Wars' y avances cartográficos de agencias estatales norteameri-chinas. Derribado soldurio ahora liberto, el nuevo teniente O'neil, náufrago wall-e colonizador para una dieta irlandesa de la patata fecal, Hannibal carbohidratado racionado. 


Dentro de esta peculiaridad, asentando dicho humus, un vigorizante setlist con "Waterloo", de Abba; "Turn the beat around", de Vickie Sue Robinson; "Hot stuff", de Donna Summer; o "I will survive", de Gloria Gaynor. El estatus humorístico latente y la friki música revival entregan una visión optimista frente a la incontestable hostilidad de un entorno difícilmente salvable. Al ritmo de esta música, una orquesta coral con instrumentistas como Jessica Chastain, Jeff Daniels o Chiwetel Ejiofor que se ciñen a la partitura y un solista Matt Damon al libre albedrío. Curiosamente, este nuevo papel de estoico 'runner' parece la 'cara B' de su anterior pérdida espacial en el episodio oculto y negro de Christopher Nolan. La metamorfosis física del desgaste temporal, por otro lado, no parece haberse exprimido al máximo. 


La alternancia sondal, entre el astro rey y el resto de satélites, funciona a la hora de salvaguardar las credenciales narrativas y no castigar el ánimo del espectador en este sobredimensionado anuncio del programa de reclutamiento espacial. Sobre unas premisas visuales 'cuaronizadas' en su 'gravedad', un 'Thelma & Louise' en toda regla, una exposición terminal al vértigo inconcluso del precipicio o, en este caso, de un lanzamiento extraorbital sin garantías. La nueva misión tripulada del comandante Scott escribe un cuaderno de bitácora interestelar, un ejercicio de heroicidad y patriotismo para propios y extraños que cumple con oficio y beneficio.