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Crítica: "Mr. Holmes", por Javier Collantes

El séptimo arte, como la literatura, se compone de grandes personajes: ficticios, reales... encumbrados por cierta ensoñación, llena de creatividad mental y artística. El infatigable e infalible Sherlock Holmes, tantas veces recreado en numerosas películas, regresa de nuevo a la gran pantalla, ahora con un relato más intimista y exento de la espectacularidad que, quizás, a veces, reclama el espectador sumiso en una clase de cinematografía atestada de vacíos tanto en contenido como en forma.


En esta ocasión, el argumento fílmico nos traslada a 1947 y nos presenta a un Sherlock Holmes nonagenario, senil, jubilado... llevando una vida tranquila en una casa de pueblo, cuidando plantas y abejas. Una vez terminada su época dorada como investigador, su vida se encuentra sumida en el recuerdo: una relación paterno filial con el hijo de la señora que cuida de la casa, una investigación de un caso de hace muchos años... 


Basada en la novela "Un sencillo truco mental", este film se construye con tonos nostálgicos, suaves e incisivos, sobre la vejez, el amor, la soledad... en una  tremenda reflexión del paso del tiempo, la toma de decisiones... en una metáfora de la vida entre el dolor, la muerte... así, de una  forma casi extraordinaria, su desarrollo narrativo mantiene el sentido de otro gran título: "La vida privada de Sherlock Holmes", del maestro Billy Wilder.  


Una brillante dirección de Bill Condon, una soberbia interpretación de Ian McKellen, una Laura Linney en uno de los mejores registros de interpretación que se puede ver en los últimos tiempos... De esta manera, con un ajustado encuadre, una banda sonora adecuada... se nos entrega una excelente muestra de cine libre de concesiones, aparentemente fría pero cercana, analítica, intensa. ¡Bienvenido, Sherlock Holmes, en su existencialismo vivo y liberador!.