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Crítica: "La noche más oscura", por Pelayo López

¿Apología o crítica?. Más allá de las evidentes connotaciones polémicas suscitadas en torno a la cinta y a cuestiones previas de filtraciones y documentación extracinematográficas, la nueva película de la oscarizada Kathryn Bigelow, que reincide sólo en parte (tanto en la línea argumental como en la propuesta formal) con su anterior "En tierra hostil", no aporta nada nuevo en lo que se refiere a la percepción del ciudadano de a pie sobre cuestiones como el uso de la tortura por parte de ejércitos como el norteamericano o las discrepancias interagencias e intergubernamentales que con demasiada frecuencia obstaculizan procesos que podrían ser mucho menos demorados en el tiempo. Precisamente, en este sentido y pese a sus casi dos horas y cuarenta minutos de duración, la controvertida realizadora consigue captar la atención del espectador en todo momento con una subvisión del metraje, primero la labor psicológica de inteligencia y luego la operativa de acción sobre el terreno, y una acertada dosificación de una tensión siempre 'in crescendo'.
Montaje: Si por un lado la ambientación y ciertas cuestiones técnicas como el sonido están a la altura de lo esperado, o la elipsis cristalínea y rotulada resulta brillante, precisamente las erráticas y/o arbitrarias selecciones cronológicas, enmarcadas en supuestos puntos destacados en la hoja de ruta, agrietan la integridad narrativa tras un prologado inicio, una fase de adiestramiento táctico cuyo aleccionamiento, posteriormente, produce el bucle esperado. Cuando el gusano se convierte en mariposa, cuando la obsesión desmedida desequilibra cualquier razonamiento propio o ajeno por la ola expansiva del convencimiento, el pulso fílmico gana aún más enteros, consiguiendo, curiosamente para bien o para mal, que sea el tramo intermedio el más interesante y el más impactante. A destacar, igualmente, la relevancia supina que se le otorga, en el éxito final de empresas como la narrada, tanto al caprichoso azar como al factor humano.
Reparto: Aunque siento debilidad por una actriz como Jessica Chastain, y por muy resultona que resulte su actuación, lo cierto es que la pelirroja ni ofrece la mejor interpretación de su carrera ni se postula como la principal aspirante al Oscar. Por su parte, el elenco de secundarios supone uno de los principales alicientes del film: el semidesconocido Taylor Kinney se convierte en la doble cara de una misma moneda con su papel de brazo ejecutor hastiado del trabajo de campo, conocedor del cambio de rumbo en la cúpula de mando y, por lo tanto, reconvertido en asesor de despacho; Kyle Chandler ("Super 8") luce traje con esplendor en su papel de mando intermedio de zona que tiene la difícil misión de tomar decisiones por encima de sus subordinados y ante la guillotina de sus superiores; y, finalmente, el emergente, e indiscutible en casi todas sus intervenciones, Mark Strong ("John Carter", "Linterna Verde", "Kick-Ass") optimiza su presencia pasando del naranja intermitente a la luz verde.
Lo peor: El exceso informativo con abundantes detalles sobre el entramado organizativo de Al-Qaeda puede despistar el seguimiento narrativo por parte del espectador y, fundalmentalmente, la parte final del metraje, precisamente la recreación del asalto final a la morada de Osama Bin Laden (OBL). Comprensible en el gusto del espectador ávido por conseguir la sensación de primera persona 'in situ', cual videojuego al uso, pero totalmente innecesaria por la prolongación de metraje y porque se podía haber recurrido a la misma técnica inicial de pantalla negra con sonido en off para cerrar el ciclo de manera similar.
Lo mejor: El pormenorizado reflejo de la vida de los analistas de despacho, 'soldados' ocultos que posibilitan los dossieres de las operaciones, y, sobre todo, tres momentos concretos que sobresalen, muy por encima, de la media del metraje. La reunión de grupo en la que, por primera vez en la película, queda clara la bicefalia entre la componente política y la militar. El cara a cara de la protagonista con su superior que supone la involución de sus responsabilidades en la investigación y que, al mismo tiempo, demuestra el poder de la convicción frente al aburguesamiento de despachos y pasillos. El rostro final de la protagonista, desconcertada y desorientada tras conseguir su objetivo, tras años de esfuerzo desmedido y sin tiempo para la vida personal.