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La conquista marciana... de Santa Claus

¡¡Atentos a lo que se ha dejado caer por la chimenea...!! Una pena que no la tuviera encendida porque: ¿a quién se le ocurriría la idea de disfrazar de marciano a una persona, embutiéndole en mallas, pintándole la cara de negro y poniéndole un asa en la cabeza y las antenas de un transistor de radio?. Dichosos años 60... Resulta que los niños marcianos, que por lo visto los hay, están obsesionados con la televisión terrícola (¡y yo aquí no soy capaz de sintonizar todos los canales del TDT!) y viven tremendamente deprimidos al comprobar que en la Tierra existe una cosa que llaman Navidad y un tal Santa Claus va dejando juguetes a los niños... ¡¡Y ellos sin saber ni tan siquiera qué es eso de un juguete...!!
No pasa nada. Su padre, líder de los marcianos, decide que lo mejor es ir a la Tierra y secuestrar a Santa Claus para que sus hijos tengan Navidad y se les quite el disgusto (¡lo normal!). Pero hay un marciano que no está muy de acuerdo con este plan y se encarga de repetirlo una y otra vez e, incluso, trata de sabotearlo. Pues ahí que llegan los marcianos a nuestro planeta y, para que se vea que estamos en plena Guerra Fría, se introducen hasta 3 veces secuencias de exhibición, rodadas por el ejército de EEUU, en las que muestran el potencial de las fuerzas aéreas... ¿Justificación?. Que los marcianos han aparecido en el radar y van a tener que defenderse de ellos, excusa perfecta para mostrar cazas, bombarderos, silos de misiles, cohetes... Bueno, pues lo que acaban encontrando son un par de críos repelentes en un bosque, a los que piden información sobre Santa Claus y, cuando les dicen que vive en el Polo Norte, deciden secuestrarlos para que no les delaten.
Una vez en el Polo Norte, gracias a la ineptitud del imbécil de uno de los marcianos (que no es que sea tonto, es que es lo siguiente, traspasando la frontera de la ridiculez), los niños escapan y huyen por el Polo Norte ataviados con unos guantes, un gorro de lana y una bufanda (¡déjate tú de trajes térmicos!). ¡¡Y se topan con un tío disfrazado de oso polar!! (¡tal cual suena!). Y cuando consiguen huir... ¡¡les atrapa un tío disfrazado de robot!! (Premio al disfraz más original, ya que está hecho con una caja, un bote y dos dibujitos de relojes en la pechera).
Una vez llegan al taller de Santa Claus, utilizan su armamento pesado contra los elfos: unas pistolas de plástico que, agitándolas mucho, paralizan a la gente (sí, ni siquiera se molestan en meter algún efecto de luz, de audio, o de lo que sea...), y así les tenemos como congelados (aunque no son capaces de quedarse inmóviles del todo...). Contra eso, Santa Claus no puede luchar, así que debe dejarse secuestrar... ¡Pues ale, para Marte que nos volvemos!. Allí, en un solo día, construyen un taller para que Santa Claus cree juguetes para repartir entre los niños marcianos. Aquí es cuando estos niños vuelven a sonreír y, después de ver la dentadura de uno de ellos, con todos los dientes mal aparcados, hubieras deseado que no hubieran sonreído nunca...

Ya tenemos a Santa Claus haciendo juguetes en Marte, así que toca dar el giro definitivo. Los malos contraatacan para librarse de él. Y secuestran al primero que ven por ahí vestido de rojo, que resulta ser el marciano idiota de antes, que le ha dado por disfrazarse. Y nadie sospecha de una barba postiza (y se ve la cuerda), de que tenga antenas, la cara negra, ese absurdo casco con asa. Aun así, los malos irán a destruir el taller, y tendrán una 'encarnizada' pelea con el líder de los marcianos (¡es para verla!), pero los niños contrarrestarán el ataque defendiéndose con los juguetes y tirándoles confeti y pompas de jabón (¡simplemente, lamentable!). Tras esta secuencia, todos se dan cuenta de que Santa Claus y los niños terrícolas deben volver a su planeta, así que la película se acaba tras la despedida... Una auténtica marcianada, valga la redundancia.