script

Crítica: "El capital", por Pelayo López

Aunque parezca mentira, Costa-Gavras está a punto de cumplir los 80 años. Digo lo de 'aunque parezca mentira' porque el realizador de origen griego no ha perdido un ápice de su pulso cinematográfico, un biorritmo de celuloide que le sirve, al mismo tiempo, para seguir predicando su compromiso político-social a través de la pantalla, una constante presente en toda su filmografía y perceptible en títulos emblemáticos como la oscarizada "Z", "Desaparecido", "La caja de música", "Amen" o "Arcadia". Ahora, cimentándose sobre la base literaria de la novela homónima de Stephane Osmont, el director de "Mad City" fija su mirada en los causantes de la actual crisis económica mundial: los emporios bancarios y los lobbies manipuladores que se reparten las sillas de sus comités de dirección. Así pues, "El capital" sirve, por un lado, para comprobar que Gavras sigue fiel a su discurso argumental, pero también para comprobar que su método alquimista, dosificando a partes iguales el drama sentimental y el thriller político, permanece intacto, sin desgaste alguno e igual de convincente, décadas después.
La enfermedad (y posterior muerte) del presidente de un banco francés encumbra al cargo vacante a su mano derecha, un 'progre' convertido para la causa y cegado por sus propias ambiciones, deseos de grandeza que, por lo general, vienen también condicionados por su papel de 'títere' de turno. La película empieza y termina con el protagonista mirando a cámara y hablando al espectador, haciéndole partícipe de su 'entusiasmo' pero también de su 'victimismo'. De hecho, este ciclo podría compararse con los ciclos económicos ya que el inicio y el fin de la cinta presentan el mismo punto de vista sobre el futuro, o, utilizando una sencilla y directa ecuación matemática: 'horror vacui' = 'status quo'. Por lo tanto, un tono pesimista sobrevuela cada fotograma del metraje, un metraje, eso sí, muy llevadero y para nada confuso ni aletargante. En parte, y dentro de la misma línea continuista del recurso de la voz en off, con los varios arrebatos de inconformismo mental (maniatados por la etiqueta de la represión social) que visionan tanto el protagonista como el espectador. Gavras vertebra una doble realidad: la profesional y la personal. Si en la primera el personaje principal queda casi totalmente en manos de aquellos que manejan desde la sombra sin apenas margen de maniobra, en la segunda se debate entre la esposa que representa la estabilidad a la deriva, una asesora financiera que pretende mostrarle el camino del 'capitalismo social' y una modelo negra que se vende como la prostituta evidenciando la infinita capacidad del poder por el poder.
Curiosamente, en esta última condición, en su vida personal, el protagonista de "El capital" recibe, durante una comida familiar, la réplica más aplastante, y al mismo tiempo la radiografía actual de la 'jodienda popular' que recae sobre el triunvirato 'trabajador-ciudadano-cliente', que al fin y al cabo es la misma persona. Posiblemente, uno de los momentos más lúcidos puesto que enfrenta un doble razonamiento para que cada cual extraiga sus propias conclusiones. Para más inri, el personaje principal procede de una familia de clase media, con lo que el traje del oportunismo a su medida parece haberlo confeccionado un sastre diferente. No obstante, la falta de cohesión familiar padre-hijo queda patente a través de la inexistente relación entre ambos, reflejo preocupante de una sociedad fría y distante por lo general. Por otro lado, el diagnóstico vital del paciente, el cáncer de testículos del presidente saliente, parece una clara alusión a la metastasis latente y sin quimioterapia a la que parece nos enfrentamos en un terreno económico yermo para la mayoría pero fértil para unos pocos. Por su parte, la prostituta de color luce con sus mejores galas el servilismo y la esclavitud a la que nos somete de modo contractual el mercantilismo salvaje. No faltan tampoco las comparaciones de las costumbres y hábitos de las cúpulas financieras con los métodos mafiosos, las rutas explicativas por medio mundo para diseñar itinerarios cuyos rastros resultan imposibles de seguir hasta el dinero a buen recaudo en paraísos fiscales, la incapacidad política para retomar el mando y detener una hemorragia cuya vía financiación bancaria-endeudamiento nacional parece no dejar de 'sangrar' a los gobiernos de turno...
Como ya hiciera en "Desaparecido" con Jack Lemmon, Costa Gavras confía las riendas interpretativas de su nuevo legado dialéctico, bajo luz y taquígrafo, a un presunto cómico: Gad Elmaleh. Digo lo de 'presunto' porque resulta que, tras protagonizar títulos como "Un engaño de lujo" o "El juego de los idiotas", el actor galo se reivindica como un protagonista con percha y porte para trajes de primeras marcas. Entre despachos presidenciales, salas de juntas, jets y yates privados, salas vip de aeropuertos, discusiones maritales, timadores de guante blanco... Elmaleh resulta totalmente creíble a la hora de dar vida a un personaje totalmente ambiguo, irónicamente acostumbrado a nadar entre tiburones y a contracorriente sin ningún tipo de flotador ni salvavidas. Como puede comprobarse, Gavras sigue fiel a su pluma, escribiendo tratados que retratan la fidelidad a una causa. "El capital" nos ofrece una imagen de un hábitat que presumimos sea lamentablemente así, con el Robin Hood de turno robando a los pobres para dárselo a los ricos. ¿Y si resultan ser ciertamente como niños?. ¿Y si la ciudadanía decidiese dejar sin pilas su juguete?. La última película de Costa Gavras, discurso apetecible para quienes en su menú incluyen el mismo pan y el mismo vino, no resulta para nada un 'capital de riesto', más bien resulta una 'cuenta a plazo fijo'.