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Crítica: "El inocente", de Brad Furman, por Pelayo López

Si no me falla la memoria, hacía algún tiempo que el thriller judicial no protagonizaba uno de los estrenos semanales. Desconozco los motivos, pero puedo asegurar que se trata de un género que suele ofrecer, por lo general, películas entretenidas que, al menos, también proporcionan un metraje dado a la reflexión con cierta moral(ina), en ocasiones tan irasciblemente simple como pretenciosamente demagógica. La propuesta de Brad Furman, un director del que apenas tenemos el precedente de "The take", no se aleja de los márgenes acotados estrictamente por estos parámetros, consiguiendo salvar su objetivo sin recusaciones. Matthew McConaughey se mete nuevamente en la piel de un abogado de éxito, como ya hiciese en "Tiempo de matar", con una vida familiar en entredicho y un caso que promete ser 'una perita en dulce'. Lógicamente, lo fácil se torna complicado y la inocencia se vuelve culpabilidad y viceversa... vamos, una especie de "Las dos caras de la verdad". Si en aquella cinta el dilema planteado era blanco o negro, ahora hablamos de rico o pobre, incluso de blanco o hispano.

Detrás de los fotogramas nos encontramos, una vez más, una novela exitosa, firmada, en este caso, por Michael Connelly, autor, entre otras, de la novela "Deuda de sangre", una de las peores cintas, sin duda, de Clint Eastwood, una cinta a años luz de lo que, aún con la discreta normalidad de esta película, nos aporta este nuevo 'falso inocente'. El sucesor de Paul Newman, que no ha aprovechado lo suficiente esa posibilidad, resulta convincente en su faceta de abogado arrogante y chulesco con buenas intenciones, incluso aceptando salir en primeros planos rompiendo esa imagen de galán con un aspecto desmejorado en algunos frames. El título original, "The Lincoln lawyer" alude más precisamente al protagonismo estelar de su personaje, y a la presencia recurrente de su coche como un apéndice más de su personalidad. El resto de papeles son, incluso, menos que secundarios, simples pretextos para corear su historia. Marisa Tomei media entre sus perfiles de "El luchador" y "Antes que el diablo sepa que has muerto", Ryan Phillipe continúa con su rostro aniñado y sin demasiada expresividad mirando con envidia profesional al Edward Norton que protagonizó aquella cinta similar con Richard Gere.

Conviene llamar igualmente la atención sobre la 'música negra' que acompaña buena parte de las secuencias de transición, una selección interesante incluso para los profanos en la materia como un servidor. No en vano, el entorno en el que se mueve como pez en el agua el protagonista es un hábitat de perfil medio-bajo. Sobre sus vidas, las de todos los protagonistas, tenemos solamente algunos retazos, tan deslumbrantes como desconcertantes. Si a mitad de película queda resuelta la culpabilidad, en la segunda parte se presentan algunos giros dosificados que permiten la fluidez narrativa necesaria. Por mucho que los fotogramas se sucedan en el intento de abrirnos los ojos ante la búsqueda de la verdad y el deseo de hacer justicia, en su defensa, el film, con una lista de pruebas sin dobles contabilidades y ciertamente sin conseguir una tensión palpitante dejando la cuestionable sensación de que todo sale bien y los buenos resultan vencendores, alega una realidad evidente a ojos incluso de la propia 'justicia ciega': 'el sistema judicial no es infalible'. Visto para sentencia. El caso queda sobreseído.