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Crítica: "Piratas del Caribe 4", de Rob Marshall, por Pelayo López

Tengo la sensación de que la franquicia de piratas de Disney, o eso parece, no tiene seguidores tan fervientes como otras sagas recientes, tal es el caso de “A todo gas”. Por este motivo, y por lo pésimo que resulta en conjunto este cuarto episodio, el estreno de la semana puede zozobrar en taquilla si el boca a boca hace correr como la pólvora la sensatez entre los posibles espectadores. ¡Parece mentira!. ¿Cómo el “midas” Jerry Bruckheimer ha conseguido semejante chapuza?. Entiendo que, en el fondo de esta charca enfangada, no hay más que una reducción de presupuesto y algunos otros aspectos cinematográficos a la altura de un ancla fijado, como una duración que acaba eternizándose ante la falta de argumento y ritmo.

Entre bostezo y bostezo, consecuencia directa del aburrimiento más absoluto, lo único salvable, en este sentido, es el esquema narrativo que se corresponde precisamente con las 3 localizaciones principales: la doble presentación gaditana-londinense, la travesía marítima y, en tercera instancia, la frondosa selva en la que confluye la búsqueda propiamente dicha de la Fuente de la Juventud. El desinterés total llega a nuestra costa propiciado por la carencia de la acción presupuesta -¿cómo es posible que no haya una sola batalla naval?- y un humor con ‘sello de identidad’ que, sin embargo, ha perdido su ‘denominación de origen’. Para más inri, las escenas de ‘capa y espada’ son cortantes en lo que a falta de encuadre y ‘cut & paste’ se refiere. Comprensible la ausencia de belicismo naval ante la incompetencia de un Rob Marshall que coreografió “Chicago” o “Nine”, pero no sabe hacerlo lejos de tierra firme. Si no fuera por la ‘pata de palo’ multiusos de Barbosa y el ‘parche en el ojo’ del macaco, lo cierto es que podríamos pensar incluso que no estamos viendo un film de piratas -¡hasta ‘La perla negra’ ha quedado embotellada!.

Si la fanfarria ya reconocible por todo cinéfago resulta rítmicamente vigorosa en pos de zafarrancho, ahora Hans Zimmer ha perdido la brújula y el norte con unos arreglos desacompasados de aquellas escenas con las que supuestamente tiene que bailar. En esta irremediable zozobra, los habituales y las nuevas incorporaciones evidencian diferentes comportamientos. El agua al cuello para una Penélope Cruz que, ni por asomo, parece estar cómoda entre piratas, y, aún más increíble, para un Johnny Depp que se muestra irónicamente serio hasta el punto de perder toda la chispa de su personaje y quedar convertido en una especie de caricatura de si mismo con sus tics característicos. Se salvan Ian McShane y Geoffrey Rush -ambos sí resultan creíbles en sus papeles de pirata sin escrúpulos y pirata metido a corsario en busca de venganza respectivamente-, así como la extraña pero llamativa belleza, primero silenciosa y luego reconciliadora, de Astrid Bergés-Frisbey, la joven amante de “Bruc” que interpreta con/sin escamas a una sirena. Divertidos, por su parte, los cameos de Keith “Rolling Stone” Richards y Judi Dench.

En la subtrama religiosa, los españoles volvemos a ser paladines de la fe, con un Oscar Jaenada espada y crucifijo en mano. Jack Sparrow sentencia: “Mi vida es la de un pirata”. Sin embargo, ni acción, ni humor. No hay viento a favor... y mejor ni hablamos de doblaje. ¡Vaya piratas!.