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Crítica: "Nunca me abandones", de Mark Romanek, por Pelayo López

Como ocurre con la canción que marca la desapercibida arritmia global del metraje, "Never let me go (Nunca me abandones)" -tema principal de la Banda Sonora Original que la protagonista escucha en varios momentos de la película-, la historia de esta nueva adaptación literaria, ahora de una obra de Kazuo Ishiguro -mismo autor de "Lo que queda del día"-, esconde, tras la primera apariencia infantil de un orfanato británico, una incipiente y notoria intención reflexiva dirigida a los adultos, en un tono condescendiente, sobre temas de innegable actualidad y necesario posicionamiento moral. En la cinta, nótese en el doble sentido de la palabra en alusión también al soporte que nos ofrece esta información en pantall, la canción está interpretada por una ficticia cantante, Judy Bridgewater, a quien, realmente, pone voz Jane Monheit. Algo parecido ocurre con la trama. Un planteamiento inicial nos traslada a este inocente entorno infantil, donde parece ser que el único quebradero para sus cabezas son primeros escarceos cercanos al amor. Sin embargo, en el hermetismo de este inquebrantable sistema, la realidad de sus vidas les será revelada, aunque no será hasta una edad más madura cuando los protagonistas tengan que afrontar 'su destino'.

La conveniencia o no de la clonación como herramienta reparadora de la salud social es el tsunami que abre el debate al finalizar la película, aunque durante el metraje han ido llegando pequeñas olas anticipadas sobre la infancia despreocupada, la adolescencia experimental, la madurez forzada y un largo camino inexplorado arrebatado desde el momento mismo de la concepción. Esta mezcla de drama romántico y pseudo ciencia-ficción encuentra el equilibrio argumental entre el más lacrimoso Nicholas Sparks y el más contenido Phillip K. Dick. Después de un largo silencio, Mark Romanek, director de la interesante y al tiempo inquietante "Retratos de una obsesión", demuestra hechuras y compostura. Por un lado, desde el punto de vista visual, el uso de tonos cálidos oculta acertadamente una frialdad muy británica que por momentos asusta realmente, resquebrajada también en parte por los primeros planos emotivos de la joven protagonista; por otro, desde el narrativo, la utilización de los saltos temporales necesarios que nos sitúan en los epicentros mismos de cada uno de los conflictos personales que desatan los giros argumentales.

Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley dan vida a este peculiar triángulo amoroso que representa, además, tres aspectos básicos de la condición humana: la resignación, el instinto de supervivencia y la redención. La protagonista de 'An education' lleva la voz cantante. Curiosamente, su voz en off nos acompaña desde el principio y hasta el final, como la cuidadora protagonista que asume las trazas de su vida. Al desengañado amigo del creador de Facebook le toca aportar, al mismo tiempo, el eje sentimental entre las 2 amigas y también el soplo de esperanza con su teoría de la salvación. Por su parte, la pirata aparece únicamente como tercer vértice que descubre lo injusto de su comportamiento y decide redimirse, un papel de menor relevancia presencial pero sí indirecta, labor que resuelve con su habitual correcto hacer. Pequeñas menciones, como lo son también sus papeles, para las distantes Charlotte Rampling y Sally Hawkins. La película no tiene pulso: es lenta y no se posiciona en torno al debate planteado. Sin embargo, el sabor de la amargura temática deja un poso de calidad cinematográfica, un regusto extraño y complejo que paladear necesariamente.