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Crítica: "Amor y otras drogas", de Edward Zwick, por Pelayo López

Para aquellos que piensen en el amor como la mejor droga posible: ese sentimiento tan placentero en ocasiones esconde, en otras muchas, efectos secundarios de difícil tratamiento.Y no hablamos de la viagra aunque sea un protagonista más. Esta supuesta comedia de marcado corte dramático está basada en la vida de un vendedor de Pfizer, reflejando el metraje su triple vía: la situación familiar (el hijo díscolo que busca su lugar), el ascenso profesional (el sistema sanitario y las farmaceúticas en entredicho) y, sobre todo, la relación sentimental que establece con una joven enferma de Parkinson (un tira y afloja continuo), elementos que encajan satisfactoriamente.

Experimentos los justos. Edward Zwick abandona macroproyectos como “Diamantes de sangre” para meterse de lleno, con una fórmula aparentemente clásica redondeada brillantemente, en una historia “menor” pero mucho más cercana al espectador, en lo que a su fibra sensible se refiere, y para la que ha contado con 2 viejos conocidos. Después de trabajar en “Brokeback Mountain”, Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway demuestran una intrínseca química entre ambos. No obstante, ella soporta la mayor carga interpretativa pese a que su personaje es un añadido cinematográfico.

El director demuestra pulso, nunca mejor dicho, puesto que la cinta se mantiene siempre viva, aunque el humor fácil del hermano tipo amigo “Notting Hill” pueda resultar fuera de lugar. Para la reflexión, una elocuente escena: a ambos lados de la calle, un congreso médico y una reunión de enfermos. ¿Qué se te pasa por la cabeza cuando alguien que lleva conviviendo con la enfermedad de su mujer durante años te aconseja que dejes al amor de tu vida aún en fase inicial?. Sólo un pero: la sacarina alivia un final que, al menos en el celuloide y para resultar creíble, debería ser amargo.