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Crítica: "Franklyn", de Gerald McMorrow, por Pelayo López

Hace unos días, curiosamente, mantenía una productiva conversación sobre los significados de las palabras “fe” y “convicción”. Apenas horas después, en la oscuridad de una sala de cine, tono narrativo y visual de esta llamativa ópera prima, descubría que el director novel nos plantea la misma premisa en su debut en la gran pantalla, síntoma evidente del interés por cuestiones trascendentales por parte de una sociedad en tiempos de crisis económica y de valores. Gerald McMorrow, con solo un cortometraje a sus espaldas, dará mucho que hablar... aunque muchos críticos hayan suspendido su primera prueba de fuego. Los únicos comentarios que puedo ofrecer sobre esta mezcla entre “V de Vendetta”, “Dark City”... son positivos.

Uno se siente descolocado, en un mundo futurista difuminado por las limitaciones presupuestarias pero visionario en concepto, con diferentes tramas aparentemente sin conexión alguna, desorientación corregida a poco del final cuando todas y cada una de ellas encuentran acomodo certero hasta alcanzar un final visible 10 minutos antes de terminar, pero que dilata las retinas con un remate romántico y optimista a partes iguales. Esta sensación contrasta, precisamente, con la acumulación de pesimismo que minuto a minuto aporta a nuestro espíritu esta reflexión sobre las creencias, el pensamiento único y... no puedo aportar ninguna información sobre el tercer nivel sin delatar el giro argumental.

En el reparto, Eva Green, Sam Riley y Ryan Phillipe, quien, ciertamente, funciona mejor como enmascarado. Ciudad intermedia y el Londres actual. Un protagonista, de nombre con doble sentido, atrapado en un mundo regido por el Ministerio, ayudado en numerosos fragmentos por una voz en off repleta de sentencias para el razonamiento personal y colectivo; otros dos marcados por una respuesta diferente, pero convergente, en torno a la espiral decadente de sus vidas. La redención en cenizas. La salvación en la búsqueda.