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Crítica: "Wall Street: el dinero nunca duerme", de Oliver Stone, por Pelayo López

Ni tanto, ni tan poco. Ni es la mejor secuela de los últimos tiempos, ni es tan soporífera. 23 años después de mostrarnos el éxito de las fortunas bursátiles con Gordon Gekko como protagonista, Michael Douglas reincide a las órdenes de Oliver Stone. Esta continuación retoma la salida de prisión del tiburón, con los delitos financieros en el recuerdo y una nueva mentalidad en el presente, pero con el futuro marcado por una fachada de arrepentimiento aparente. El animal interior romperá el ilusionismo desalentador pasando por encima de quien sea, incluida su hija y su novio, a quienes acaba defraudando económica y moralmente.

De manera chocante, el “happy end” nos deja una sensación extraña. La actual crisis internacional sirve como trampolín, ya que el verdadero epicentro es la predisposición humana a la avaricia desaforada. La confianza ciega se paga, la fauna es voraz y un Goya presente resume el argumento: Saturno devorando a un hijo. Michael Douglas no conseguirá de nuevo el Oscar, pero nos le creemos. Shia Labeouf nos demuestra la misma madurez que se le reconoce a DiCaprio. En Josh Brolin se puede confiar para cualquier proyecto. Sin embargo, la protagonista de “An education”, Carey Mulligan, les eclipsa. A mencionar, los cameos de una desorientada Susan Sarandon, un atinado Frank Langella, y un Eli Wallach tan veterano como “alado”.

Adicto al montaje, Stone no defrauda, aunque resulta lastrado por la profundidad del mensaje: una acertada banda sonora, un actualizado uso de los efectos especiales, la división de pantallas, y un visionario uso de recursos periodísticos... En definitiva, y recordando que el momento es el beso del alumno al mentor –no un beso de Judas-, el “socialismo ecológico” también lo financia el “capitalismo verde”.