script

Crítica: "La herencia Valdemar", de José Luis Alemán

La supuesta adaptación de los relatos de H. P. Lovecraft a la gran pantalla realizada por el debutante José Luis Alemán deja al espectador, al menos así parece entrever la reacción de numerosas opiniones expresadas al caso, una sensación bastante olvidable. Personalmente, y después de acudir a la sala con el convencimiento previo de que técnicamente dejaría bastante que desear -pese a la numerosa promoción llevada a cabo en este sentido recordando que es la producción española más cara en lo que se refiere a efectos digitales-, salí del cine reconociendo mi equivocación y practicando el sano ejercicio de la rectificación.

El apartado técnico, aunque también es cierto que no se prodiga tanto en pantalla como en un principio se pudiese pensar -o al menos esa sensación puede llegar a dar-, es irreprochable -maravillosos títulos de crédito iniciales (de lo mejor que he visto en mucho tiempo, brillantísimos e ingeniosos)-, a pesar de numerosas contrariedades en la toma de planos y posicionamientos de cámara que, no pocas veces, hacen que más que la cara del interlocutor veamos cualquier otra cosa. Bien, vale, no es cine americano pero pasa el corte de Mr. Proper. De hecho, dirección artística, fotografía, música... son los elementos menos discordantes en un todo lastrado por los aspectos más llamativos en el visionado. Los apartados argumental e interpretativo son los que arrastran a la cinta a una fosa común de malas críticas y comentarios de todo tipo sobre la labor del director. Como ocurre en los equipos de fútbol, no creo que toda la culpa sea del entrenador y que buena parte recae seguramente sobre los jugadores, pero quien acaba de patitas en la calle suele ser el técnico de turno.

La conjunción de dos historias, una presente y otra pasada, está claramente descompensada, resultando incluso más interesante la primera en detrimento de la segunda, que es la más desarrollada para ofrecer el espectáculo visual de los efectos digitales. Parece ser que, en la nueva entrega -sí, habrá más episodios en el Otoño-, las tornas se invertirán, o al menos eso parece según el avance que se puede ver en los títulos de crédito finales, y puede que consigamos un thriller policíaco de aventuras más entretenido y menos soporífero, efecto involuntario suponemos que, sin embargo, acaba provocando la presentación de esta saga orientada en este inicio al melodrama de época pseudofantástico.

En lo que al reparto se refiere, mucho se ha hablado también de la importancia y/o calidad del mismo. Siento decir que, sencillamente, los nombres no siempre son sinónimo de garantía. Me atrevería a decir, incluso, que realmente hay que reconocer que tampoco la película cuenta con una estrella de relumbrón que hubiese podido dar al proyecto la repercusión y certificados necesarios como para considerarlo plenamente serio y maduro. Laia Marull, Danielle Liotti, Paul Naschy, Jimmy Barnatán, Silvia Abascal, Roberto Sancho, Norma Ruíz, Oscar Jaenada, Ana Risueño, Eusebio Poncela... De todos ellos, me da pena decirlo, la única que resulta más o menos convincente es Laia Marull, pero claro está, sobran las presentaciones. El italiano resulta un error de casting como Viggo Mortensen en "Alatriste", Paul Naschy da la impresión de resultar totalmente ninguneado, de nuestro "Chucky" sentimos decir que todavía nos cuesta quitarnos el corsé y desetiquetarle como actor juvenil y menos para un papel de época... y del resto, la mayoría tiene poca presencia, con lo cual ahorraremos cualquier tipo de comentario. La duda que nos queda es saber si, el handicap interpretativo, viene estructurado por la falta de confianza del director a la hora de transmitir sus impresiones y requerimientos, o por el reparto a la hora de involucrarse en el proyecto.

En definitiva, las posibilidades abiertas por las características del proyecto han quedado diluidas en el fondo de la taza de café. Esperemos que el director sepa leer los posos, no como sus protagonistas estafadores, y extraiga las conclusiones necesarias para retocar el montaje de la segunda entrega si está todavía en disposición de hacerlo. Por lo demás, una de esas películas que, y si no fijaros en esa especie de momia mitad "potteriana" mitad "paciente inglés", puede causar más risa que miedo. Una auténtica lástima que el trabajo póstumo de Paul Naschy le de la espalda en lo que a calidad y protagonismo propio. No obstante, sólo por ese matiz, la cinta ya ha pasado a los anales de la historia del género.