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Crítica: "Gordos", de Daniel Sánchez Arévalo

Sentida y prolongada la ovación que en el pre-estreno de su segunda película, "Gordos", recibió Daniel Sánchez Arévalo en su casa, en Santander. Una cita que, además, tal y como él mismo nos recordaba, será seguramente la proyección con más público, unas 1.700 butacas las que tiene la Sala Argenta del Palacio de Festivales, que se haga de su película. Por tanto, una importante prueba de fuego de cara a su posterior recorrido festivalero, para el que se habla de referentes como Venecia, o su estreno comercial, en principio fijado para el 4 de Septiembre. Una vez finalizada la proyección de su "reválida", al menos eso se suele decir de las segundas películas -más aún si cabe tras el éxito de su debút con "AzulOscuroCasiNegro"-, las comparaciones son, además de odiosas, inevitables.

Particularmente, y sin que esto sirva de referente en ningún sentido -no es más que una opinión propia-, tengo la sensación de haber visto más metraje del proyectado. Me explico. La película se hace larga, pese a encontrarse en términos temporales dentro de los convencionalismos cinematográficos marcados por los cánones comerciales. La duración no es excesiva, todo lo contrario, se ajusta a lo preestablecido, pero se hace, nunca mejor dicho y perdón por la expresión, pesada. Me quedo con la idea, aprovechando la cercanía con el mar, de que la segunda película de Daniel Sánchez Arévalo pierde, en relación con su anterior largometraje con el que no obstante tiene algunos parecidos razonables, consistencia, presentándose como una película "de oleaje", de momentos muy brillantes, inclusos algunos bastante por encima de los ofrecidos en su nivelada ópera prima tanto visual como narrativamente, pero muy puntuales y encorsetados por demasiados instantes de abusiva transición.

Etiquetados, o mejor dicho señalados, se sienten también los protagonistas de esta cinta coral, aunque ciertamente también unos más que otros por la constancia del realizador a la hora de demostrar la grandeza del ser humano, marcada muy a menudo sobre todo por sus miserias, unas veces a flote y otras en el fondo. En este caso, las primeras impresiones tampoco son las que quedan, ya que la mayoría de los personajes sufren, acertadamente, una evolución, un proceso necesario en el que, pese a posibles sufrimientos momentáneos, la liberación final acabará por resarcir. Para incrementar la sensación de presión social que todos sentimos por los motivos menos relevantes, el realizador ha sabido insertar una de las historias a modo de marcador de páginas, utilizando para ello el omnipresente poder televisivo. La capacidad de sugestión del soporte o formato por antonomasia, no obstante, nos conduce a un final, a una moraleja, que conviene recordar a menudo: todo depende de ti. Ya lo decía Joan Manuel Serrat: "Hoy puede ser un gran día... depende en parte de ti... duro con él... date una oportunidad...". Para final, el final que se saca de la manga, no sabemos si como un as en la baraja o como un pozo en la oca. Sencillamente, inclasificable.

Seguimos con una de cal... y otra de arena. Uno de los principales lastres del total es la trama juvenil, posiblemente porque la separación generacional, pese a ser mínima en edad, ha crecido terriblemente en los últimos años. Resulta llamativo, sin embargo, que algunos veteranos directores hayan introducido con acierto personajes en esa franja y que, en el caso de uno supuestamente más afín, el reflejo de esa realidad sea mucho menos nítido. En el apartado técnico, varios subaciertos. El montaje, dificultado o al menos condicionado por un rodaje estricto en varias etapas, merece un llavero de honor, sobre todo en alguna que otra escena de juego de rostros evocando alguna que otra escena memorable al más puro estilo Orson Welles. La textura de la imagen está tratada con valentía, mutando en función de lo que se nos está contando, desde la telebasura hasta lo onírico. Musicalmente hablando -y en este sentido ese cierre tiene mucho que decir-, lúcida, tanto en el apartado melódico como en el temático. En el primero, una música que acompaña portentosamente, cual ganancia o pérdida de peso, los momentos de euforia y los de depresión; en el segundo, especial mención para la canción que se convierte casi en el hilo conductor de la narración, un tema que ahora no sé si interpreta Raphael aunque seguramente sea así por los gestos y ademanes del personaje que la utiliza como filosofía de vida.

Para ir terminando, nos reservamos el apartado interpretativo, en el que la exposición es, sin saber hasta qué punto le restará espectadores tras su estreno, tanto emocional como física. En este ámbito, y volviendo la mirada a su querido formato cortometraje, el realizador vuelve a demostrar que es un magnífico director de actores y por eso se rodea, siempre que puede, de los suyos. Antonio de la Torre, Raúl Arévalo y Roberto Enríquez ofrecen lo que se espera de ellos, interpretaciones magníficas aunque minimizadas, en algunos casos, por lapsus fugaces demasiado teatrales: desde un telepredicador que no atiende a ejemplos a un prometido marcado por su condición religiosa y su adicción al sexo, pasando por un terapeuta psicológico marcado por los mismos problemas que padecen aquellos a quienes intenta ayudar. En lo que se refiere a las chicas, las conocidas, Verónica Sánchez y Pilar Castro, funcionan, pero salvo algunas estratégicas irrupciones temperamentales no acaban de despegar ofreciendo el potencial que se les presupone. Mención aparte para dos actrices: Leticia Herrero y Teté Delgado. La primera, debutante, sencillamente desbordante no sólo por aparecer como un rostro y una presencia refrescante en nuestro cine, sino por evidenciar una capacidad camaleónica que esperamos ratificar en próximos títulos; la segunda, que curiosamente ya participó en la obra de teatro "Gorda", porque, acostumbrados a reir con ella, nos seduce ahora también como una imponente actriz dramática a tener mucho más en cuenta.

Seguramente, en estos seis párrafos, no queda constancia de todas las emociones y sensaciones que transmite la película, esencia de la cinematografía de Daniel Sánchez Arévalo y motor de todos sus proyectos. Posiblemente, en el momento de su estreno, con un nuevo visionado, seremos capaces de confirmar o desmentir algunos/todos estos argumentos, sobre todo si pierde efecto cuando cruza la frontera de la seriedad y abandona el territorio de la comedia. Reconociendo que me gustó más su anterior trabajo, más que posiblemente por casuísticas vitales personales, me quedan sólo una pregunta para el director (¿por qué esa constante de que aparezcan bloques de edificios en obras?/¿está siempre en continúa mudanza?/) y un deseo (sigamos levantando nuestra personalidad día a día). A la primera tendré que buscar respuesta preguntándoselo al propio Daniel; lo segundo, y es el poso de la historia, está en nuestras manos.