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Crítica: "La zona", de Joaquín de Diego & J. A. Pila

Resulta gratificante comprobar que, cada vez con mayor asiduidad, nuestros cortometrajistas exploran y profundizan en géneros que, en principio, parecían bastante alejados de los paisajes e historias a los que nos tenían acostumbrados. La nueva muestra que confirma esta tendencia nos la ofrecen, a dúo -circunstancia también poco usual-, los debutantes en esto del audiovisual de ficción Joaquín de Diego y Juan Antonio Pila. Después de haber seguido las evoluciones del proyecto desde su origen, y gracias a la confianza del primero en nuestro criterio cinematográfico -esperemos haber contribuido a limar posibles imperfecciones y a poner en valor sus cualidades más positivas-, desde Cinentérate podemos ofrecerte ya nuestra valoración tras un "pase privado".

En lo que concierne estrictamente a la dirección, lo más destacado es el montaje. En un entorno sin diálogos que precisa de otros aportes más elocuentes visualmente hablando, el montaje se muestra geométricamente certero y, por encima del resto, el concubinato cinematográfico-musical pseudofinal. Como buen exponente de un cine que mezcla ciencia-ficción, terror... y hasta sus propios toques de autor, la historia se reserva uno (o varios) giros finales. No obstante, este recurso, que en otras ocasiones únicamente consiste en ofrecer un finales menos creíbles e insólitos -un último alargamiento del ego de guionistas o directores-, aquí sirve para encajar las posibles piezas que se nos hayan ido quedando sin ubicar en el puzzle narrativo del que únicamente restaría algún plano inicial redundante.

Como te hemos comentado, la historia carece de la más mínima frase y los personajes únicamente intercambian gestos y miradas. Por este motivo, uno de los valores fundamentales que soporta el cortometraje es la música, partitura a dos bandas entre Pablo Madariaga y Capitán Guinea. El primero aporta la base musical genérica, informatizada y pegadiza, y los segundos el texto que puede servir de referente con una melodía más apocalíptica. La composición adereza de manera brillante el hilo narrativo, hasta el punto de parecer fluir del propio entorno de manera natural. Hablando de entornos, uno de los marcos físicos utilizados como escenarios, la antigua fábrica de productos dolomíticos, me confirma la creencia de que los terrenos semiabandonados de otra de nuestras principales industrias serían un plató de cine inmejorable -ahora que tanto se habla de la Ciudad del Cine quizás habría otras alternativas más viables-. Otra de las localizaciones, el cementerio de Revilla de Camargo, aparece con tal calidad en una de las secuencias que hasta realmente se suscita la duda sobre si estamos ante un decorado.

Entre estos univesos paralelos y/o convergentes dentro de los cuales se desarrolla nuestra historia, color y b/n sirven para contrastar la radiografía de los acontecimientos, una utilidad habitual y casi siempre acertada como prueba definitoria de una lucha entre el bien y el mal. De las protagonistas, Mar Pérez y Lara Arconada, poco se puede decir. En un proyecto marcado por sus difíciles características intrínsecas, únicamente en un par de momentos con carga emotiva podemos intuir cierta calidad notoria, ya que el resto del metraje no ofrece resquicios más que para la contención interpretativa. Y como para el final, suele decirse, hay que guardar lo mejor, tomamos la palabra y te recomendamos dos planos magistrales que podría haber firmado hasta el propio Orson Welles. De hecho, creo intuir cierta referencia al "maestro" en manos de nuestros directores. Buena noticia, sin duda, la irrupción de dos nuevos talentos, y buena noticia porque puede que este proyecto, como sus protagonistas, hasta tenga en el futuro cercano "otra vida". A ver si hay suerte...