Cuando uno comparte, por ejemplo, procedencia con el objeto de análisis, ser objetivo puede resultar complicado a tenor de las posibles afinidades y simpatías inherentes a dicha condición. No obstante, servidor intentará ser lo más ecuánime posible en el destripe de la ópera prima del cabezonense Nacho Vigalondo, algo así como un psychothriller fantástico tragicómico con viajes de ida y vuelta en esto que se ha venido a llamar escala cronológica. Puede que tengamos que esperar bastante para ver la película en la gran pantalla a nivel comercial, y eso que, en los distintos festivales nacionales e internacionales en los que se ha proyectado, ha llenado los cines y ha cosechado premios –de hecho, ya se ha garantizado la distribución en USA donde, además, tendrá su particular remake-. No es por ser aguafiestas, pero lo cierto es que, como dicen muchas voces dentro y fuera de nuestra cinematografía en alusión al caso omiso que se hace en nuestro país al público –y, en definitiva, a la taquilla-, así nos va. ¡Con incongruencias como la mencionada y/o la pretendida retirada del cortometraje de los Goya!.
Esta ópera prima nos recuerda, con nostalgia, los orígenes en el cortometraje del propio director, concretamente una trilogía con muchos puntos en común con esta historia: Código 7. La falta de medios, lógica y comprensible en un primer proyecto –sobre todo de esta índole y con el tino que demuestran nuestros “avistados” productores-, se ha convertido, por contra, en la principal carencia achacable por muchos. Puede que los mismos que la atacan por este motivo no entiendan, sin embargo, que la puesta en escena juvenil en su carcasa y adulta en su armazón demuestra, precisamente a través de sus 4 personajes y sus 2/3 escenarios, su solvente dependencia de un guión originalmente fresco y prometedoramente atrevido. De hecho, a pesar de las múltiples cintas actuales sobre los viajes en el tiempo –léase Memento, Deja vu…-, Vigalondo aporta algo novedoso tanto en el argumento como en la puesta en escena: por un lado, el habitual tránsito en círculo deja paso a un tratamiento en espiral, mientras que, en lo que se refiere al segundo aspecto, abandona el típico marco urbano para ubicarse en un ámbito rural. La cal y la arena de la falta de ubicación física, sobre todo en lo que se refiere a Cantabria, es la facilidad para la exportación que consigue y el desinterés del público involucrado.
Karra Elejalde se instala con su mujer, Candela Fernández, en una casa. Recién llegados, el personaje de Karra recibe una extraña llamada telefónica, que queda en nada al poco tiempo. Poco después, no obstante, a través de sus prismáticos, verá a Bárbara Goenaga en peligro. ¡Y aquí comienza todo, donde se involucrará de lleno el científico Nacho Vigalondo!: unas dosis de Atrapado en el tiempo –obvia cualquier comentario-, otras de Doble cuerpo –la atracción por Bárbara y un juego posterior anatómico forense- y unas pocas más de Donnie Darko –lo que antes era un conejo se convierte ahora en una momia rosa con escena de preparación tipo Rambo incluida-. Con carácter inmediato, el director se deja de conjeturas para situar al protagonista en el desarrollo de la trama, una trama sencilla, pero sin cavidades, alejada de cualquier carga de profundidad metafísica que nos haga a los espectadores pensar “¿y esto qué quiere decir?”. Magistral resulta el uso de un ingrediente fundamental para el correcto funcionamiento de la película: las pistas que nos sirven para configurar a posteriori el puzzle explicatorio. Desde esa primera conexión vía telefónica, que cobrará sentido más tarde o más temprano, se va pasando por varias más hasta alcanzar la pista definitiva a los 2/3 del metraje. Esta evidencia temprana sí que hace que lo que resta de película se haga algo cuesta arriba y decaiga algo el ánimo, una sensación agudizada por una iteración innecesaria que convierte en predecibles algunos momentos y que llega, incluso, a producir otros humorísticos que minimizan su etiqueta de fantástica. Contribuye igualmente a este clima una música bastante inapropiada, y que, a mi particularmente, me suena más a cine de ovnis. En el plano interpretativo, hay de todo, convirtiéndose esta faceta en mejorable por parte del director en el futuro. Karra Elejalde despunta justo cuando gana en perplejidad y asombro, cuando la situación le supera, y va, por tanto de menos a más. ¡Y eso que no es fácil tener varias caras!. Bárbara Goenaga tiene más presencia en otros trabajos como Oviedo Express y, aquí, únicamente, se luce, nunca mejor dicho, en el apartado físico para deleite de muchos. El propio Vigalondo, siento decírtelo, no encaja como científico loco, al menos no como éste en concreto. Y Candela Fernández apenas tiene minutos, así que sería injusto hacer cualquier tipo de valoración.
Aunque con los títulos de crédito finales queda la sensación de que este debút en la gran pantalla podría haber sido más irreverente y “personal” –¡olvidemos ya las limitaciones materiales y económicas imperantes!-, el camino emprendido presenta un claro discurrir entre anchos márgenes que esperamos no sufra ningún cimbreo y que, huyendo de esquivos atajos tentadores, no nos haga arrepentirnos de calificar esta ópera prima como celuloide de ciclo combinado con salto hacia delante.
Karra Elejalde se instala con su mujer, Candela Fernández, en una casa. Recién llegados, el personaje de Karra recibe una extraña llamada telefónica, que queda en nada al poco tiempo. Poco después, no obstante, a través de sus prismáticos, verá a Bárbara Goenaga en peligro. ¡Y aquí comienza todo, donde se involucrará de lleno el científico Nacho Vigalondo!: unas dosis de Atrapado en el tiempo –obvia cualquier comentario-, otras de Doble cuerpo –la atracción por Bárbara y un juego posterior anatómico forense- y unas pocas más de Donnie Darko –lo que antes era un conejo se convierte ahora en una momia rosa con escena de preparación tipo Rambo incluida-. Con carácter inmediato, el director se deja de conjeturas para situar al protagonista en el desarrollo de la trama, una trama sencilla, pero sin cavidades, alejada de cualquier carga de profundidad metafísica que nos haga a los espectadores pensar “¿y esto qué quiere decir?”. Magistral resulta el uso de un ingrediente fundamental para el correcto funcionamiento de la película: las pistas que nos sirven para configurar a posteriori el puzzle explicatorio. Desde esa primera conexión vía telefónica, que cobrará sentido más tarde o más temprano, se va pasando por varias más hasta alcanzar la pista definitiva a los 2/3 del metraje. Esta evidencia temprana sí que hace que lo que resta de película se haga algo cuesta arriba y decaiga algo el ánimo, una sensación agudizada por una iteración innecesaria que convierte en predecibles algunos momentos y que llega, incluso, a producir otros humorísticos que minimizan su etiqueta de fantástica. Contribuye igualmente a este clima una música bastante inapropiada, y que, a mi particularmente, me suena más a cine de ovnis. En el plano interpretativo, hay de todo, convirtiéndose esta faceta en mejorable por parte del director en el futuro. Karra Elejalde despunta justo cuando gana en perplejidad y asombro, cuando la situación le supera, y va, por tanto de menos a más. ¡Y eso que no es fácil tener varias caras!. Bárbara Goenaga tiene más presencia en otros trabajos como Oviedo Express y, aquí, únicamente, se luce, nunca mejor dicho, en el apartado físico para deleite de muchos. El propio Vigalondo, siento decírtelo, no encaja como científico loco, al menos no como éste en concreto. Y Candela Fernández apenas tiene minutos, así que sería injusto hacer cualquier tipo de valoración.
Aunque con los títulos de crédito finales queda la sensación de que este debút en la gran pantalla podría haber sido más irreverente y “personal” –¡olvidemos ya las limitaciones materiales y económicas imperantes!-, el camino emprendido presenta un claro discurrir entre anchos márgenes que esperamos no sufra ningún cimbreo y que, huyendo de esquivos atajos tentadores, no nos haga arrepentirnos de calificar esta ópera prima como celuloide de ciclo combinado con salto hacia delante.