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"El orfanato": aparente cine USA...

Uno de los factores que más condiciona al cine español es, sin duda alguna y con un criterio unánime por parte de todos, la promoción, aunque, viendo la burbuja mediática con que ha contado este drama fantástico, cualquiera lo diría. Y detrás de esta vorágine publicitaria se encuentra el genio cinematográfico y la figura productiva de Guillermo del Toro, quien, después de su éxito internacional con El laberinto del fauno, ha encontrado en el debut de J. (Juan) A. (Antonio) Bayona el material oportuno para tratar de conseguir el mismo resultado desde su imponente sombra. El “novato” saca nota. En lo personal, une timidez ante los medios y desparpajo como realizador; en lo profesional, recurre con gran desenvoltura a los conocimientos adquiridos y tira de filmoteca para conseguir una cinta envolvente y aislante. No obstante, la película tiene, por encima del productor y el director, un nombre propio incontestable: Belén Rueda.

Reconozco que la “serrana” no me acabó de convencer en Mar adentro –con la que, por cierto, esta película tiene también algún parecido secuencial más que razonable-, pero con la misma sinceridad también aseguro que, en este papel de madre coraje sin miedo a nada, la actriz está sobresaliente, con una naturalidad atribuible a muy pocas actrices y con una capacidad para transmitir sensaciones que nos hacen, de manera muy convincente, llegar a creernos metidos en su piel. ¡Atención a su homenaje a De Niro en Taxi Driver con “¿estás jugando conmigo? / ¿are you talkin´to me?”!. En lo que se refiere al resto del reparto, sus papeles son “menudos”, pero ninguno de ellos hace que baje el listón: por ejemplo, dejando al protagonista infantil de lado -puesto que su labor siempre es difícil de juzgar por su propia condición-, el personaje de Geraldine Chaplin, que cada vez se parece más físicamente a Peter O´Toole, le cae como anillo al dedo. Por su parte, el marido dubitativo y contrariado es Fernando Cayo, actor al que tenemos también en cartel con Mataharis y que, como podemos ver tanto en una como en otra, es capaz de abordar registros tan distantes con un resultado excelente. Un talento en bruto ya consolidado a seguir y a tener en cuenta.

La historia, supongo, es de sobra conocida ya por todos a estas alturas –fundamentalmente por la continua necesidad de meternos la película por los ojos-, pero, en resumidas cuentas, puede abreviarse como el regreso a su orfanato de una huérfana convertida en adulta y casada, que ha decidido además adoptar un hijo con problemas de salud, para reabrirlo como una residencia para niños con discapacidad. Un caserón, la estética, la mezcla de elementos reales e imaginarios, los personajes, la caracterización de algunos de ellos… seguramente, cada uno de nosotros somos capaces de encontrar más de una película dentro de esta otra. Desde el cine español más reciente, como Los otros o La sombra de nadie, hasta clásicos literarios y cinematográficos como Peter Pan –referenciado en el propio guión y a través de las relaciones maternofiliales y los adultos con la infancia perdida-, pasando por El hombre elefante y su máscara de David Lynch, el comportamiento de la protagonista similar al de Maria Bello en The dark o los títulos más cercanos del propio Del Toro como El espinazo del diablo. Está claro que los orfanatos e internados están de moda en la pequeña y en la gran pantalla. De hecho, mientras la película nada todo el metraje, mezclando realidad y fantasía, entre el thriller y el drama, acaba decantándose hacia lo último por un final excesivamente dirigido a la lágrima fácil e imaginativo que se acerca peligrosamente al desorbitado de El internado. Aunque va ganando en consistencia y solidez hasta cerrar en última instancia un guión planificado minuciosamente, lo cierto es que tarda demasiado en arrancar. Por el contrario, conjuga magistralmente la capacidad de asustar con el sonido, ya que la ausencia de música de fondo en los principales sustos dota a la escena de mayores sensaciones. Aparte de lo fantasmagórico de los espantapájaros –su primer plano inicial es el centro del rompecabezas-, hay que resaltar que, entre los momentos cumbres, podemos quedarnos con varios que no se olvidarán fácilmente: el diálogo de espaldas con algo en la cama, el último 1,2,3 (escondite)… Por cierto, mucho miedo esperado en algunas secuencias acaba convirtiéndose en “interruptus” dentro de un juego de sí/no bastante bien llevado.

Y volvemos al principio, aunque no a los algo abandonados títulos de crédito iniciales, porque, si antes hemos tocado el cimiento de la promoción, ahora hay que darse cuenta, igualmente, de otro pilar como la determinante y corta visión con la que, a menudo, se hace cine en nuestro país. Aquí reside, nunca mejor dicho hablando de un orfanato, la gran virtud de esta ópera prima, ya que deja de lado esos localismos, las taras con que suelen lastrarse nuestros directores. La globalización ha llegado, por fin, a los nuestros y alguno, que comienza con muy buen pie pero deberá contrastarlo en su próximo proyecto, demuestra que es capaz de ofrecernos no una obra maestra como muchos aseguran pero sí un aparente cine USA made in Spain.