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"Fracture": cornadas superficiales...

Los aficionados al llamado “deporte rey” seguro que habéis oído hablar de las famosas triadas: rotura de los ligamentos interno, externo y cruzado de una rodilla -¡duele sólo de pensarlo!-. Esta lesión, que nada tiene que ver con la mafia así conocida, es, quizás, la más temida por los futbolistas ya que les aparta de los campos durante casi un año, y eso si todo va bien y no hay complicaciones. No sé si Gregory Hoblit conocerá o no el mundo del fútbol, pero lo cierto es que su última película, Fracture, presenta algunas fisuras palpables en un metraje que, además, posee un final claramente estirado e innecesario.

Aunque en su filmografía aparecen títulos como Fallen o La guerra de Hart, lo cierto es que su éxito más destacado hasta la fecha hay que buscarlo en sus comienzos cinematográficos, con la prometedora, aunque igualmente “tramposa”, Las dos caras de la verdad. Tanto una como otra tienen muchas similitudes, y es precisamente esta circunstancia la que le resta frescura y aliento a este último trabajo. Si antes un abogado decidió defender a un joven con “doble cara”, ahora un joven y prometedor fiscal pondrá en peligro su meteórica carrera al aceptar un caso prácticamente visto para sentencia pero con algunos ases en la manga. Anthony Hopkins, creo que coincidimos todos en que es mejor actor que Richard Gere, retoma aquí su característico papel de asesino reconocido, como ya lo hizo en El silencio de los corderos, hasta el punto de volver a caernos simpático a través de su ironía incluso pese a conocer su delito y a que siempre va varios pasos por delante; por su parte, Ryan Gosling, un actor a tener en cuenta que alterna cine comercial como Titanes (hicieron historia) e independiente como Half Nelson, no es Edward Norton, pero… puede que dentro de no mucho tiempo esté a su altura pese a que aquí no nos deja su mejor interpretación. El conjunto de secundarios no alcanza la intensidad de la pareja protagonista, posiblemente porque sus personajes son muy maniqueos y porque tampoco tienen demasiada presencia en pantalla. Mientras David Strathairn no saca a relucir toda su calidad en un personaje de Fiscal Jefe lleno de clichés gratificándonos al estilo Buenas noches y buena suerte, la ruda abogada Rosamund Pike, a quien hemos visto con Keira Knightley en Orgullo y prejuicio, nos dejará en un futuro cercano sentencias muy favorables a tenor de los atenuantes evidenciados y porque al no ser la típica rubia explosiva podrá deshacerse de ese tipo de etiquetas.

El brillante duelo interpretativo entre Hopkins y Gosling es, por tanto, lo más destacado de la película, sobre todo las escenas en las que ambos, cara a cara y solos, ponen en escena unos diálogos que, por momentos, son también muy lúcidos y no tienen nada que envidiar a los mantenidos entre Lecter y Starling en la cinta de Jonathan Demme. El planteamiento de la película, en la que desde el principio sabemos el nombre del asesino confeso y cómo se produjo el asesinato, nos invita a creernos detectives o fiscales, lo que contribuye efectivamente a que un desarrollo demasiado masticado nos haga partícipes del mismo. Principio y fin se dan la mano en esta historia en la que, por supuesto, hay una sorpresa final, o quizás no tanto si podemos considerarnos realmente sabuesos y si tenemos en mente al maestro Hitchcock y su Crimen perfecto. Las llaves dejan aquí paso al arma del delito.

Aunque tuvo su apogeo hace unos años, y luego pareció entrar en una especie de bache, esta nueva incursión en el thriller judicial recurre a una herramienta usada muy de vez en cuando, la consistente en darnos todo lo necesario al principio. La trama, sin embargo, encierra en su dossier algunos aspectos más profundos como la puesta en duda de la ética profesional y la habilidad de algunos criminales para evadirse de la cárcel en los trámites policiales y judiciales. ¡Y todo por la excusa más antigua del mundo!. Sí, una infidelidad, en la que para colmo está involucrado el policía con el que la víctima se los ponía al asesino. Los cuernos hieren, puede que incluso más los emocionales. Hoblit nos da cornadas superficiales con carga de profundidad.